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López Vázquez, imponente

Aquella facultad de multiplicarse y transmutarse en otro alcanza, a nuestro juicio, una magnitud insólita

Ahora hemos sabido que el actor José Luis López Vázquez también pintaba y coleccionaba arte. Así se muestra en una exposición titulada José Luis antes de López Vázquez, que se encuentra la Serrería Belga de Madrid. La afición a pintar parece que le venía por su trabajo de figurinista y escenógrafo teatral, previo a su feliz conversión en “cómico”. Su gusto por el coleccionismo, quizá lo propiciara el continuado éxito de su carrera. Uno recuerda, con especial felicidad, aquella escena de Atraco a las tres, donde un López Vázquez frenético y anhelante le dice a una clienta del banco que firme “¡donde dice IMPONENTE!”. Aquella imagen del español casto y reconcentrado (naturalmente, la clienta, la actriz Katia Loritz, era extranjera y rubia y hermosísisma), no devoró, sin embargo, a López Vázquez. Su versatildad, su imponente versatilidad, nos sigue pareciendo, aún hoy, un extraño secreto a voces.

Hay algo demoníaco en el oficio de actor. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”, leemos en el evangelio de San Marcos. Esa pluralidad de espíritus que ocupan al actor, la hemos visto, hace poco, por ejemplo, en el impresionante José Coronado que abre y concluye la película de Erice, Cerrar los ojos (en compañía de los extraordinarios Manolo Solo y Ana Torrent). En López Vázquez, aquella facultad de multiplicarse y transmutarse en otro alcanza, a nuestro juicio, una magnitud insólita. Lo hemos visto haciendo de licántropo galaico, de asesino, de travesti perplejo y resignado, de granuja aristocrático, de padrino exhausto, de lingüista arrebatado por el tipismo, de comisario probo, de hombre abismado en su recuerdo, de oficinista preso en una cabina telefónica, de novio sin esperanzas, de play-boy insomne, de criado de un vampiro alemán, de novelista doblado en criminal... Y todos ellos representados con una verosimilitud –a veces– angustiosa. A lo cual se añade, como decíamos más arriba, este talento desconocido del dibujo, en el que parece que abunda cierta irrealidad figurativa, propia del surrealismo.

Uno tiene la sensación de que ni en el centenario de Berlanga y Fernán-Gómez (2021), ni en el de López Vázquez (2022), se ha insistido con suficiencia en la magnitud de sus figuras. Se trata de tres gigantes del cine, de muy difícil reemplazo, en cuya obra se resume, por otro lado, la historia última de España. Recuerdo ahora la imagen de López Vázquez en La gran familia, atado a un perchero, mientras los niños danzan alrededor. Es la de un San Sebastián improvisado, que se entrega con estupor a su martirio.

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