Enrique / García / Máiquez /

Llantos y llantos

De poco un todo

17 de agosto 2014 - 01:00

No hay verano sin brecha, chichón, batacazo, escayola o resbalón en las rocas. El percance del verano es un clásico, como la canción del verano, el tinto de verano, la serpiente de verano en la prensa… Nuestro accidente de este año ha sido menor, no se alarmen, aunque nosotros, camino de Urgencias, íbamos algo asustados. Mi hija se hizo un corte en la frente con el pico de una mesa de cristal y sangraba mucho.

La angustia fue cediendo al orgullo. Con sus cuatro años se portaba de maravilla. No lloraba nada, nada, a pesar del pinchazo de la anestesia en la herida, de la aguja curva, casi anzuelo, con la que ponen los puntos y de la presión que hacía la enfermera levantando la piel por debajo, a pesar de esos nudos y más nudos con esa cuerdecita tan negra. El personal sanitario le celebró mucho la valentía y yo -que la hubiese liado parda de haber sido el paciente- recibía esas felicitaciones como si fuesen para mí.

Pero no se asusten. No vine a presumir. Por la tarde, de las incontables pulseras que le había regalado su abuela, mi otro hijo, jugando, le rompió una. Había que oír cómo lloraba entonces la misma niña, desgañitándose desconsoladamente, con lágrimas como garbanzos, mostrando la campanilla loca de la boca. No era una pulsera cualquiera, argumentaba ella, sino la rosita, su preferida. "Mi hermano me la ha roto", y, cuando mi hija habla de "su hermano", sin llamarlo por su nombre, malo. Un instinto cultural antiquísimo la lleva, presumo, a recordar con eso a Caín y Abel, a Rómulo y Remo. Me dio tiempo a pensar todo eso y más, porque no iba a comprarle una pulsera nueva y no tenía otro consuelo. El único remedio era el agotamiento, y no se cansaba de llorar.

Por la noche, derrengados tras tantas emociones, mi mujer y yo veíamos una serie, Norte y sur, de la BBC, sobre la novela de Elizabeth Gaskell. Volví a comprobar que nadie llora ni emociona por lo mismo. Mi mujer, mucho más trascendental, soltaba sus lagrimitas en las escenas de amor. A mí me emocionaban hasta el nudo en la garganta las de lealtad y compromiso entre los personajes. Viendo un telediario en grupo, ocurre lo mismo.

A eso venía yo al artículo. Nada más transparente de nuestro temple y carácter que aquello que nos estremece. Podemos tener cada uno nuestras cosmovisiones, ideas, teorías políticas y prejuicios, ya, pero es la prueba del corazón la que no engaña. Y usted, ¿por qué llora?

stats