Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Leer a Spinoza

YA es mala suerte. Para un funcionario que se pasa al menos seis años sin doblarla y le trincan, ocurre en Cádiz, abonando, ay, todos los tópicos, todos, uno tras otro. Está nuestra proverbial tendencia a la pereza, claro, pero también la gracia de aquí, inconfundible, un punto teatral. El señor hizo un mutis por el foro, literalmente. El arte del escaqueo (unos creían que estaba allá, otros, que acullá) en su máxima expresión. Tanto que sólo lo han pillado cuando iban a darle una placa por sus veinte años de servicio. Si hubiese sido por sus veinte años en el servicio o en el baño, aún. Para colmo, este ejemplo de salada picaresca salta a la prensa nacional e internacional en plenos carnavales, para que no falte de en una puesta en escena netamente gaditana.

Pero entre las risas contenidas, la envidia vergonzante y las lamentaciones por la honrilla de la tierra, queda un resquicio para tres reflexiones más enjundiosas. La primera, la anécdota da para preguntarnos sobre el tamaño de categoría del sector público. En una empresa medio bien gestionada se esfuma un trabajador y los primeros en notarlo, por el sobreesfuerzo, son sus compañeros, que ponen pie en pared a la media hora. Un sitio donde alguien puede desaparecer seis años no es un prodigio de optimización de recursos.

La segunda reflexión son las dos Españas, que no nos la quitamos de encima ni de broma. El señor es pillado e, ipso facto, echa la culpa al PP. Otro tic nacional. ¿Quién iba a tenerla, si no? Y pide amparo al alcalde Kichi, aunque no volvió corriendo a reasumir sus labores en cuanto se proclamó alcalde don José María González, eso no. Y el alcalde enseguida se ha preguntado por las responsabilidades de la gestión del PP, qué menos.

Y la última reflexión me impele a maravillarme ante el prestigio que aún le queda a la cultura. Ha dicho el hombre que aprovechó las circunstancias para leer a Spinoza, y yo desde aquí le alabo el gusto. No sería lo mismo alegar que anduvo mariscando, o viendo en la tele programas del corazón, o paseando para bajarse el colesterol, o de inspector de nubes. Y fíjense ustedes qué bien escogió su lectura, eso hay que aplaudírselo: ¡Spinoza!, no las sombras de Grey ni ninguna otra pérdida de tiempo. Algo con mucha reflexión moral y grandeza de espíritu. Yo, que tengo clavada la espinita de no haber leído a Spinoza, reconozco que con eso me ha dejado boquiabierto.

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