Escobilla

Hay que tener una lista de cosas (el maltrato animal, el ensañamiento estético, etc.) por las que uno no pasa

Había olvidado lo que mi hermano pequeño me cuenta de mi vida. Lo mejor que tengo es mi mala memoria. Así no echo las tardes mirando para atrás. Por lo visto -y voy recordándolo- quedé tres o cuatro veces con una señorita muy guapa y lista, y yo empezaba a ilusionarme. Mi madre, desde la retaguardia, era una firme partidaria de la nueva relación. Ya estaba negra de que la que ahora es mi mujer me dejase y, meses más tarde, me retomase recomponiendo los pedazos (como un raro anexo a las Metamorfosis de Ovidio, que diría el poeta Alfredo Félix-Díaz). Yo, opositor taciturno, sus motivos le daba; pero ésos mi madre no los veía.

Sin embargo, un día que pasé a recoger en su casa a la nueva chica, entré un momento en el baño, y lo vi. Una escobilla para limpiar el retrete, que ya no es en sí el instrumental más bonito, con la peculiaridad de que la base era un burro de plástico con la boca abierta, con su lengua y sus dientes. Allí se depositaba la escobilla, rozando la crueldad animal, entrando de lleno en el ensañamiento artístico.

La impresión cortó el cortejo. La que ahora es mi mujer me metía una daga florentina en el pecho, sí, pero siempre lo hacía -además de con razón- con un gesto de veneciana elegancia. Lo de aquel baño era otra cosa. Cuando lo conté en casa, me llamaron neurótico, hiperestésico y esas lindezas que nos propinamos en los hogares felices. Mi hermano pequeño me cuenta que a mis espaldas, sin embargo, mi madre reconocía que, claro, lo de la escobilla…

Mientras lo comentábamos, recordé que Juan Ramón Jiménez no volvía a poner los pies en una casa si encontraba en ella flores de plástico, de ésas de pega, sin olor y sin vida. Aunque yo, naturalmente, no llegué nunca al nivel de JRJ, también tuve principios no negociables. Y además me casé con mi mujer, que dejó el puñal en el noviazgo o lo desgastó por el uso. Había olvidado que debo mi felicidad conyugal al burro de una escobilla de baño. Como aquella chica se casó muy bien y se la ve felicísima, también su burro le hizo un favor enorme.

Pero no vengo ni a exultar de agradecimiento al jumento ni a posar de juanramoniano, aunque más basto; sino a aprovechar la anécdota. Tantos socialistas de toda la vida que ven lo que está haciendo su partido en la economía, en el derecho, en la sanidad, en la educación, en el sistema, ¿no tienen una raya en el suelo, siquiera sea estética, de la que ya no pasen?

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