Don Quijote

Hay muchas otras razones para leer, pero ningunatan apremiante comoel puro hedonismo

Se asombra un amigo de verme leyendo el Quijote en la playa en vez de un best-seller o nada. Me asombro con él. No de que se asombre ni de que me cuente que no lo ha leído y que tendría que atreverse, a lo que le animo. Yo me asombro con él, de verdad, de estar leyéndolo yo.

Lo leí en su día, con lo cual ahora no es para presumir de haberlo leído ni para cumplir con un sanísimo (vuelvo a animarle) prurito de español culto. Lo mío todavía es más asombroso, porque debe de ser la cuarta o la quinta vez que lo leo de un tirón, sin contar las veces que lo habré abierto al azar o por necesidad. De manera que tampoco lo leo para aprendérmelo ni citarlo.

De hecho, tanta relectura parece contraproducente, porque Cervantes supo dar tal ambigüedad a sus personajes que, cuanto más los conoces, menos capaz eres de emitir un juicio claro y distinto: don Quijote, ¿loco o irónico?, ¿noble o ridículo?, ¿señor o un poco pícaro?, ¿letraherido o medicina del alma? Las oes se vuelven íes, como las cañas lanzas, y los puntos puntos suspensivos…

Puede que al Quijote haya que volver como a la poción mágica de Astérix, cada cierto tiempo para que no se nos pasen los efectos; pero yo, como Obélix, caí de adolescente en la marmita de Cervantes y no necesito que me animen más a las locuras caballerescas sin miedo al ridículo. ¿Qué remedio? "Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido y oficioso, no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo, caritativo". De la necesidad, virtud; es mi lema.

Pero lo releo, entonces, no por necesidad ni por virtud ni por aprovechamiento, sino por el desnudo placer, dejando atrás el montón de libros pendientes de encargos urgentes de reseñas o las noticias que debería andar siguiendo con interés. Es por eso, por una afinidad de espíritu, que veo clarísimo, sobre todo cuando don Quijote y Sancho preparan la tercera salida, que se lo pasaban de maravilla ambos con sus aventuras y, más que nada, charlando. Ese placer debe de remontarse al regodeo que evidentemente sentía Cervantes: se le ve que se ríe a cada frase o se sonríe o se divierte. Y todavía se contagia -a través de un finísimo hilo ininterrumpido- al lector. Tanto que se me ha ido el santo al cielo y dentro de media hora tengo que mandar un artículo al periódico. ¿Cuál? ¡Que don Quijote me ampare!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios