Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Pablo y Pedro
EN Cádiz hay pocas cosas que gusten más que una cola. Una cola es sinónimo de que o dan algo o lo venden y tiene que ser muy bueno. Ha sucedido hace sólo unos días que un rumor -cualquiera sabe de dónde salió porque las cosas estaban muy claritas-, un simple rumor, hizo que hubiese gente que creyera que se habían puesto a la venta las entradas para el Concurso de Agrupaciones del Carnaval en el Gran Teatro Falla. Y allá que fueron decenas de personas a hacer colas ante unas taquillas que estaban más cerradas que las de la plaza de toros de Cádiz. Y como cola llama a cola, pues más gente que pasaba por allí se sumaba y a la vez era el reclamo para más gente. Vamos, que si no hay una cola, se inventa. Porque hacer cola, incluso en la del médico o para pagar una multa, imprime carácter. Tanto es así que sólo días antes de aquella cola fantasma ante el Falla, se produjo la que seguramente fue la mayor cola virtual hasta la fecha en la historia de Cádiz. Fue la que formaron en la Red los miles y miles de internautas que colapsaron la venta de entradas para las preliminares. Un auténtico atasco informático similar al que se produce para entrar en Cádiz cuando se corta un carril o hay manifestación. Este tipo de colas evitan el frío, que se cansen las piernas y que el de delante no te eche el humo del cigarro a la cara, pero son igualmente desesperantes, que es como tiene que ser una cola que se precie.
Al final, virtualmente, se agotaron todas las entradas del Falla porque ya se sabe que el Concurso de Agrupaciones del Carnaval gaditano gusta cada vez más allende nuestras fronteras hasta el punto de algún día, no muy lejano, habrá un astronauta que desde el ordenador de la estación espacial tratará de adquirir una de esas entradas.
Lo que ha sucedido con el Carnaval no es más que el reflejo de lo que ya pasa con otras muchas cosas, hasta el punto de que lo virtual está sustituyendo en muchas ocasiones a lo real. Creamos mundos propios conforme a nuestros deseos y cada vez pasamos más tiempo en ellos, tal vez tratando de huir de lo que palpamos y tenemos ante nuestros ojos.
Los políticos se han dado cuenta de ello y están utilizando cada vez más a menudo las representaciones virtuales de proyectos que al final no acaban convirtiéndose en realidad -ellos lo saben de antemano- pero que quedan en el subconsciente colectivo como si alguna vez hubiesen existido de verdad. La próxima campaña electoral de las municipales va a ser, en gran parte, una campaña virtual, ya lo veremos, llena de promesas lanzadas al ciberespacio. Esperemos que los candidatos se esfuercen en acabar con las colas de la vergüenza, las de más de cuatro millones de parados, que tienen muy poco de virtuales.
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