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Califa Moreno

En la apoteosis del regionalismo que es el PP, se les puede haber ido la mano con el califato

Cuando aterricé en Santiago de Compostela me asombró la maniobra. El aeropuerto está en un monte y no sabíamos si bajábamos o subíamos para tomar tierra. Me hizo muchísima gracia. Pero cuando se lo comenté al amigo que me recogía, me hizo ver tajantemente que en Galicia no se reían con las bromas de gallegos. Hizo bien, porque, conociéndome, yo podía haberle contado el aterrizaje hasta al santo en el abrazo del peregrino.

El que parece que no tiene ningún amigo que le recoja del aeropuerto ni aplica la recíproca es Feijóo, que gasta bromas regionales más propias de coros y danzas. ¿Qué es, si no, llamar "califa" a Juanma Moreno, como si fuese un torero cordobés, arsa?

Rafa Latorre ha explicado el ambiente: "En el PP parece abogarse hoy por una profesionalización del origen y […] el Congreso que nombró a Feijóo se convirtió en un festival folclórico en el que a cada uno se le adhería algún tipismo para definirlo. Yo qué sé, que si la riojana tenía poso como el buen vino, que si otro era recio como buen castellano y que si la cántabra era moderada como un pastel de cabracho". Ahí encaja lo del "califa".

Pero es peor. Hay un gran desconocimiento del alma andaluza, más romana que mora y, sobre todo, más castellana. Andalucía es Castilla la Novísima. Miguel Hernández tuvo la mala pata de caerle gordísimo a Federico García Lorca porque lo llamaba "gitano" a voz en grito cada vez que se lo encontraba. La admiración del granadino por el cante y el duende es indudable, pero no era incompatible con cierta resistencia a que le adjudicasen una pertenencia a la gente del bronce. No es racismo, es identidad. Que pruebe Feijóo a venir a Andalucía a llamarnos "morisma mía" -que está a punto-; y a ver cómo nos sienta. Dios nos libre de hacer una apropiación cultural, que Mohamed VI es muy suyo con sus cosas… y con las nuestras.

Encima, "califa", en política, ya lo fue el califa rojo, Julio Anguita. Una biografía suya se tituló El último califa. Arrimarse al modelo de Anguita ¿no es llevar el centro demasiado lejos? Todavía peor: el califato se asocia a independencia e implica un claro eco de la España de las taifas. Mala asociación en una nación que necesita racionalidad territorial. Por último, el mote de las mil y una noches nos recuerda al cómic del visir Iznogud, que quería ser califa en lugar del califa. Vaya a ser que Feijóo, con la broma, esté incubando un pequeño rival interno.

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