Enrique / García / Máiquez /

Birkenwald

De poco un todo

31 de marzo 2013 - 01:00

Hace un siglo que no dedico una columna a un libro. No es que haya dejado de leer, como podrían maliciarse algunos, sino que publico en otro sitio reseñas literarias y, por la fuerza de la gravedad, se me van yendo hacia allí críticas y glosas. Eso, ahora que caigo, es una injusticia con ustedes, porque a menudo lo mejor mío consiste en lo de otros que leo. Lo es, sin duda, este pequeño volumen que publica Herder: Sincronización en Birkenwald, una obra de teatro del psiquiatra Viktor Frankl (Viena, 1905-1997).

Asombra la fecha. En 1946, cuando lo escribe, Frankl acababa de sobrevivir a Auschwitz-Birkenau. Su título lo dice todo: "Birkenwald" nace de los nombres de dos campos de concentración por los que pasó, Buchenwald y Birkenau, y a la vez significa "bosque de abedules", lo que encierra un alto simbolismo. El abedul arraiga y genera vida en los terrenos más devastados.

Se trata, por tanto, de un canto a la esperanza. La obra comienza con tres filósofos, Sócrates, Kant y Spinoza, preguntándose qué hacer tras el horror y cómo abrir el apetito por una verdad sanadora. Concluyen que sólo el arte puede obrar el milagro. Justo lo contrario de aquello tan ornamental de Adorno de "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Y con la diferencia de que Frankl salía de Auschwitz y de que, además, lo escribió antes, pues la citada cita de Adorno es de 1951, en Crítica, cultura y sociedad.

Sincronización en Birkenwald no es sólo una defensa del arte: es arte. En muy pocas páginas hace un ejercicio de metateatro que abre enormes perspectivas. Es un gran hallazgo de Frankl la existencia de los ángeles negros, aquellos que cumplen el plan de Dios a través de la estupidez y la crueldad, pero de cuyas acciones nace un bien superior. Deslumbra tan serena visión sólo unos meses después de salir de Auschwitz, donde habían muerto su esposa, su padre, su madre, su hermano... Precisamente, la obra muestra el finísimo velo que separa a los vivos y a los muertos, más vivos aún, velando por los que aún vivimos. Lo que se sincroniza en Birkenwald es el presente y la eternidad.

Frankl recuerda una vieja historia judía según la cual la salvación del mundo depende de que existan sobre la tierra 36 personas totalmente justas. Leyendo Sincronización en Birkenwald, se siente que, mientras vivía Frankl, el mundo sólo tendría que preocuparse por encontrar 35. Uno ya era él.

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