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Anoche murió Luis Cernuda

Con 'Ocnos' comprendí que otra ciudad era posible y que lo universal, curiosamente, está muy cerca de lo cotidiano

La fecha no se me olvidará jamás. Era la madrugada del cuatro al cinco de noviembre, allá por 1963, en Coyoacán, demarcación perteneciente a Ciudad de México, cuando el poeta Luis Cernuda murió de forma coherentemente incoherente, como fue toda su vida, solo, recostado en un pasillo, con la pipa de fumar en la mano, en casa ajena. El reloj marcaría algo menos de las cinco menos cuarto, según el forense. Como su paisano Antonio Machado, murió lejos del hogar y le cubre el polvo de un país vecino. En su ciudad natal, mil veces odiada y otras tantas amada, apenas un viejo amigo se atrevió a dar noticia de ello. Fue unos días más tarde, cuando Joaquín Romero Murube, uno de los pocos amigos que le quedaban, publicó Responso difícil por un poeta sevillano. No fue el finado precisamente un modelo de amistad. Vivió contra el mundo en tanto el mundo seguía su camino.

Yo no sabía entonces quien era Luis Cernuda, era un niño, aunque estudiaba en su mismo colegio. Los curas nunca hablaban de él, no creo que ni siquiera supieran de su existencia, y si alguno lo hubiera hecho le habría situado a la altura de alguno de los demonios por homosexual, rojo y blasfemo. Un sevillano atípico, sí es que los hay típicos, en una ciudad llena de tópicos. A muchos les hubiera gustado que se hubiese quedado, que hubiera dado pregones y medrado a base de abrazos y palmadas en la espalda, pero ese no era su mundo ni su posición en él fue alguna vez cómoda. No quiso ser pendón de bandería regional para unos cuantos compadres, ni sentirse alicortado en un rincón provinciano, como escribió en Ocnos al referirse a su compañero de colegio José María Izquierdo.

Cinco años más tarde, la misma madrugada, a idéntica hora, las cinco menos veinte, por eso no se me olvida, fallecía mi padre. Yo seguía sin saber quién era Cernuda. Unos años más tarde compré una edición de Ocnos y otra de La realidad y el deseo. Comprendí que otra ciudad era posible y que lo universal, curiosamente, está muy cerca de lo cotidiano, que las barreras solo existen en la mente y otra cosa son las fronteras y los exilios, tanto interiores como exteriores. Anoche murió Cernuda y sigue muriendo cada vez que alguien piensa que debe estar proscrito quien piensa de forma diferente. Esa tercera forma de ser español que algunos dicen que existe, habita en el olvido y vaga por esos vastos campos sin aurora.

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