T style="text-transform:uppercase">engo la fotografía insertada en el Diario de Cádiz y mi folio como un burladero de nieve, separando este de la imagen de donde emergen un grupo de mujeres gaditanas,algunas con gafas protectoras no para el soleo sino para esconder rastros de dolor físico y mental que las hace ingresar en las listas de atendidas por violencia de género.

Ya puede venir,cuando le corresponda en el tiempo,aquello de la zambomba y las lucecillas,que no habrá para ninguna de las afectadas otro gesto en otra mirada.

En la que tengo delante,incluidos algunos varones, lo que podría ser una sonrisa se convierte en un rictus y todo lo que aparentemente les resguarda del sol,un antifaz simulador frente a la vergüenza y el protagonismo en una amarga lucha diaria.En ciertas ciudades sensibles existe el combate contra este tremendo problema que hemos dado por llamar violencia de género.

Porque la felicidad de estas jornadas no depende del Jabugo o las torrijas,el pavo o el mero horneado sino de lo que tenga alguna realidad y un convencimiento de paz y alegría interiores.

El convertir estas fechas en proemios de carnaval y remedo astral con bombillas o no, no solo depende de los ayuntamientos sino de cada uno de nosotros en nuestro propio ámbito,desde nuestro propio interior.Zambombas y panderetas sin ecos de solidaridad y amor solo generarían estrépitos y barullos en un tiempo dedicado a la convivencia y a la paz.

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