
El Alambique
Libertad Paloma
Lenguaje nómada
Mi solidaridad con quienes acaban de pasar la PAU. Qué estrés. Vale que los exámenes conllevan nervios. Sin embargo, el grado de presión que observo en los preuniversitarios nada tiene que ver con lo que yo viví mi año de Selectividad. Me arriesgo a decir que las pruebas actuales no son más difíciles que las de entonces. Tampoco creo que el número de plazas universitarias haya disminuido. ¿Qué ha cambiado, entonces? ¿Cómo es posible que el número de carreras universitarias que exigen más de un 13 haya pasado de 4 a 73 en una década? Algo en el sistema no funciona, y puesto que el acceso a la universidad no es más que un juego de oferta y demanda, es de recibo pensar que algo ha distorsionado el modelo.
Las notas de corte no dependen del prestigio de los estudios, sino de su popularidad. La carrera de Matemáticas es un ejemplo claro. Los estudios no se han complicado en los últimos años, el nivel de exigencia fue siempre el mismo; pero antes con un aprobado raspado bastaba, y ahora hay que darse codazos (e hincarlos mucho durante el curso) para acceder. Antes, la enseñanza era casi la única salida para los matemáticos, ahora se los rifan.
Y es ahí donde radica la principal distorsión del sistema. El papel de la universidad se ha desvirtuado. Su función divulgadora del saber y promotora de la investigación ha pasado a un segundo plano. Hacer una carrera sirve, en esencia, para tener más opciones de encontrar trabajo. Y esto no solo corrompe su sentido, sino que ha provocado que jóvenes que nunca se habrían visto atraídos por unos estudios superiores hayan acabado llamando a las puertas de una carrera universitaria con la esperanza de aumentar su empleabilidad. Si a eso unimos una tendencia alcista en las notas, ¿cómo no ayudar con unas décimas a quien corre el riesgo de quedarse fuera?-, el resultado es evidente. Al final, chicos y chicas con verdadero potencial se juegan su futuro por unas milésimas.
También te puede interesar
Lo último