Los Minglanillos

Puente de Ureña

21 de mayo 2025 - 06:00

Durante mi juventud y la de muchos, echaron una película de contenido absurdo. El español cuando gusta del absurdo se apoya en el resentimiento. La película fue el Astronauta. En el pueblo de Minglanilla se resuelve el guion, consistente en lanzar un cohete a la luna, por siete mil pesetas, obtenidas del bolsillo de don Gregorio Minglanilla, natural de Minglanilla. De ahí entresaco el apodo, sin microviolencia, para gente diversa que están y son.

El país es un cajón de sastres y desastres. Entre políticos nuevos y viejos, asesores, familiares, votos cautivos, partidos oportunistas y fiestas de guardar, a esto no lo conoce ni la conspiración de los teóricos de la conspiración, que es cenáculo donde media España, arregla o dice poder arreglar a la otra media. En una barra de bar.

Diversidad, le llaman, a todas las apetencias unidas a los derechos unidos, logrados o prometidos.

Los cuantitantos años de política activa han logrado que sean castas los descastados de entonces, que han conseguido, miremos por donde, criar a hijos y nietos que descastados, que a su vez, le llaman casta a ellos. ¡Coño! Que te pareces a Feliciano de Silva con sus galimatías y perogrulladas… "La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura". Que debió ser la manera de entender el poder en aquella Españita árida y quijotera.

Seguimos calcaditos. En la cafetería, esta mañana, lo que pontificaba un Minglanillo: "Un funcionario es la carcasa de un político cuando se mete a kamikaze". No le entendí ni papa. La educación actual va alcanzando niveles parecidos a los de la guerra incivil. Antes o se vestía o se remendaba, se iba al colegio o se trabajaba, lo más elemental. Hoy se viste peor también que nunca. Veo gente vestida con holgura y comodidad, que es la exaltación bucólica del mal gusto urbano (chandals, leggins, tops, macutos, camisetas)… Que también nos distingue como clase social de la subclase, o sea, como antes, pero ahora.

Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Escribía Feliciano, que nos recuerda así que las lenguas sufren según la necesidad del pueblo y no de las Academias. Y que no es un intento de mejorar las hablas, sino de confundirlas.

Y, en esa tesitura, nacen los escritores de ahora. Más que lectores. Con más defectos porque la lengua en movimiento, los hace creer lo que no quedará.

Antes, el poeta organizaba al hombre frente a la vida. Ahora el hombre le arranca al poeta su universo estilístico.

No me gustaría que nadie quisiera convertir la poesía en una hipostasia particular.

Lo abstracto limita con lo absurdo. Y, todavía más en un mundo deshecho, enfermo y envenenado donde los sentidos se evaporan o enquistan y pierden su realidad. Doblados hacia adentro, como las cochinillas de humedad. El miedo manda en estos estados sociales constriñendo pensamiento y vida. Las comunicaciones personales se han vuelto tan difíciles que el arte ha perdido las escalas del arte para sustituir la comunicación social. Los poemas, algunos poemas, al menos sirven de caricaturas.

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