Malas hierbas

El Alambique

20 de junio 2025 - 07:00

“¿Qué es una mala hierba? Una planta cuyas virtudes aún no han sido descubiertas.” Emerson lo clavó, pero en El Puerto ya conocemos el resto: hierbajos que brotan sin permiso y ocupan aceras enteras. Cada mañana salgo a la calle y me recibe un vergel clandestino abrazando el bordillo, tan exuberante que a veces hasta se cuela conmigo en el coche. Son brotes sin control que tapan lo esencial.

Lo más sorprendente es su mimetismo: uno acaba creyendo que esos tallos son parte del mobiliario urbano. Y como te acostumbras, ¿Para qué rastrillar si basta ignorarlo? Esa resignación vegetal denuncia otros descuidos: mientras las ortigas se estiran, las aceras se resquebrajan y algunas farolas parpadean.

La limpieza urbana parece inabarcable : barridos rápidos, campañas en redes sociales y una app —con nombre de leyenda— donde la brigada nunca llega. El jardinero fantasma se convierte en mito: todos hablan de él, pero nadie le ve. Y así nuestras calles mutan en bosque improvisado, con cualquier carro del súper o de bebé intentando abrirse paso entre la maleza.

Al principio te enzarzas arrancando —y arrancando—, pruebas con bicarbonato, vinagre o sal marina, convencido de ganar la guerra, pero es imposible acabar con ellas.

Parece que se acaba de firmar un nuevo contrato de limpieza —¡vaya cabalgata de papeles!— y mientras, cuelgas la foto en el “Puerto Funciona”… pero, ¿funciona? A los pocos días, la jungla vuelve y empieza a brotar la indignación .

Las malas hierbas no piden permiso: emergen de las grietas, se alimentan del abandono y ahogan lo noble. Un recorte a medias solo las envalentona: sobreviven al tijeretazo y rebrotan con más fuerza. Como esas promesas de campaña que florecen en marzo y se marchitan al primer clic de la cámara.

Quizá por eso las aceras albergan matas salvajes mientras los parches apenas arañan el problema. Sin un plan de limpieza permanente y un compromiso real de quien maneja la azada, el jardín urbano queda dominado por invasoras. Porque si no se arranca la raíz, lo que parecía un simple brote termina echando zarzas.

En El Puerto, el pulso de la ciudad ya no solo se mide en fiestas, sino también en la altura de la maleza al borde del bordillo. Si queremos que nuestra ciudad recupere el brillo, hará falta desbrozar la desidia: cada vecino, cada barrendero y cada responsable con la herramienta justa y sin excusas.

Un jardín de verdad no florece con un riego ocasional ni césped artificial, sino con atención diaria, con podas a tiempo, y las botas manchadas de tierra.

“Las malas hierbas son paciencia sin jardín.” Y esto, sinceramente, es “agostador”. ¿No será hora de descubrir sus virtudes… tal vez arrancándolas de raíz?

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