
El Alambique
Belén Domínguez
Enredados
El Alambique
Desde que tengo uso de razón y de emoción, el primer sol de la mañana huele a café y suena a boletín hablado. Con el devenir de los años he cambiado varias veces de radio, de cafetera, de emisora y de cocina, pero en los aljibes íntimos que alimentan mi infancia sigue sonando cada mañana, en una vieja Philips llena de achaques, la sintonía de Radio Nacional de España.
Son las cuatro de la tarde de un día de primavera. Mi madre cose mientras escucha la novela Simplemente María. Mueve la cabeza con los ojos fijos en la prenda, angustiada por la desventura de la protagonista, por la dócil mansedumbre de una joven que se ve abocada a dejar Santander para instalarse en Madrid como sirvienta. La radio y la resignación, de toda la vida tan femeninas.
Cae la noche sobre un bullicioso domingo de finales de agosto. Mientras cenamos, Radio Cádiz retransmite una de las semifinales del Trofeo Carranza: Sevilla-Palmeiras. Mi padre, simpatizante sevillista, está de buen humor. Los de Nervión ganan 4-0. En el minuto 69, un tuercebotas llamado Polozi, que acaba de entrar al campo, le machaca la rodilla a nuestro paisano Enrique Montero. El grito de dolor se oye en toda la Bahía.
En la madrugada de un día de febrero de 1978, escucho conmovido, con el transistor camuflado en la almohada, la portentosa actuación de la comparsa Raza Mora en el Teatro Falla. Los Majaras honran a Manuel José García Caparrós, uno de los nuestros, que falleció tiroteado durante la manifestación por la autonomía celebrada en Málaga el 4 de diciembre de 1977.
Calle Santa Clara, 23 de febrero de 1981. Una cuadrilla de costaleros adolescentes ensayan a la caída de la tarde, debajo del paso de la Virgen de la Hermandad de la Vera Cruz. Mi amigo Andrés, un ateo practicante, un santo laico, nos va informando desde fuera, transistor en ristre, del intento de golpe de estado. Un tal Tejero se ha colado pasadas las seis de la tarde en el Congreso de los Diputados, exigiendo que nos tiremos todos al suelo. Pero el capataz del paso nos anima a que hagamos justo lo contrario, a que subamos al cielo con ella. Con la Virgen y con la Democracia.
El lunes negro en el que a España se le fundieron los plomos, la luz natural que ilumina las zonas de penumbra de mi niñez me llevó a aquellos días de radio. Mientras el país permanecía apagado, aquella Philips legendaria, conectada a la energía renovable de la memoria, sonó más nítida y más digna que nunca.
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