Autonomía sanitaria

06 de julio 2025 - 03:04

La Cumbre de Sevilla de la ONU, celebrada entre el lunes 30 y 3 de julio, ha concluido con un mensaje claro: los países deben reforzar su autonomía sanitaria para evitar los errores de la pandemia. El evento, que reunió a representantes de 130 naciones, subrayó la urgencia de reducir dependencias externas en medicamentos, tecnología médica y capacidades logísticas. Sin embargo, tras los discursos solemnes y las declaraciones bienintencionadas, persiste una pregunta incómoda: ¿estamos ante un compromiso real o solo ante otro ejercicio de retórica diplomática?

La Covid dejó al descubierto las grietas de un sistema donde el 80% de los fármacos se producen en Asia y África sigue dependiendo de donaciones para vacunas. La cumbre ha insistido en que cada nación desarrolle “mínimos estratégicos” en producción farmacéutica e I+D, especialmente en antibióticos y antivirales. Es loable, pero el diagnóstico no es nuevo. En 2021, la OMS alertó de que 120 países carecían de capacidad para fabricar vacunas. Cuatro años después, solo 15 han logrado avances. La autonomía exige inversiones a largo plazo, y muchos gobiernos, especialmente en el Sur Global, siguen atrapados entre la deuda externa y la austeridad. El llamamiento a la “soberanía sanitaria” podría malinterpretarse como un repliegue nacionalista. El director general de la OMS, Tedros Adhanom, advirtió en Sevilla que “ningún país está seguro hasta que todos lo estén”. La paradoja es evidente: mientras Europa y Estados Unidos subsidian fábricas locales, África sigue sin acceso a patentes o transferencia tecnológica real. Si la autonomía se construye sin cooperación, reproduciremos las desigualdades. El ejemplo positivo lo dan iniciativas como el mRNA Vaccine Hub de la OMS en Sudáfrica, pero son aún excepciones.

El documento de la cumbre menciona la necesidad de “mecanismos de financiación innovadores”, pero evita cifras concretas. El Fondo Global para Pandemias, aprobado en 2024, solo ha recibido el 30% de los 10.000 millones anuales prometidos. Mientras, los recortes en ayuda al desarrollo —España redujo su presupuesto un 12% en 2025— contradicen la retórica de Sevilla. Sin un compromiso vinculante, las declaraciones se convierten en papel mojado. No obstante, el presidente del Gobierno de España anunció una Iniciativa de Acción para la Salud Global, con un compromiso de 315 millones de euros para el periodo 2025-2027. La propuesta incluye un aumento de las contribuciones al Fondo Mundial, 130 millones para Gavi y 60 para la OMS.

La salud global no puede ser un lujo para unos pocos. Si esta cumbre no va más allá de las buenas intenciones, habremos perdido otra oportunidad. Sin equidad, la próxima pandemia nos encontrará igual de desarmados. El reloj sigue corriendo.

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