Análisis

Rafael Lara

Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía

70 años de derechos incumplidos

En los últimos años han llegado a los parlamentos corrientes de carácter totalitario

Lo fue hace 70 años. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue antes que nada un instrumento para la protección de la dignidad de las personas. Y así de alguna forma fue concebida como una herramienta de emancipación humana.

Fue posible porque aún no se habían apagado los ecos de la bomba atómica recién estrenada en Hiroshima y Nagasaki. El mundo no se había recuperado de la abyección a la que habíamos caído los seres humanos bajo la férula del fascismo y del nazismo. Estremecidos ante los horrores de la guerra, los dirigentes del planeta se obligaron a elaborar un instrumento que quería servir como protección para que aquellos horrores no se repitieran.

Lo fue hace 70 años. Instrumento de reivindicación y protección de la dignidad. Y, lamentablemente tiene que seguir siéndolo hoy. Es más, tiene que ser siéndolo hoy con más imperiosa necesidad que nunca.

Necesidad imperiosa, por más que reclamarse defensor de los derechos humanos se haya convertido en muletilla que acompaña a todos los discursos políticamente correctos. Hasta ahora, de forma unánimemente sospechosa, todos los protegen, todos los defienden. Incluso aquellos que de la forma más infame los pisotean.

Y eso tenía, pese al inevitable recelo, algo de positivo, porque implicaba adherirse -aunque muchas veces sólo para la galería- a la Declaración y al conjunto de Tratados y Convenidos Internacionales que forman hoy la arquitectura de protección de derechos.

Pero una mirada a nuestro mundo nos muestra un panorama desolador que viene a confirmar que en realidad son 70 años de derechos incumplidos. Nos aterrorizan las dictaduras teocráticas como la de Arabia, que a su vez mantiene viva una espantosa guerra en Yemen. Nos da inmensa rabia el cruel e ilegal bloqueo de Gaza y la violencia y opresión hacia el pueblo palestino. Nos llena de dolor la situación de muchos países del África Subsahariana sea por la explotación de sus riquezas que los deja en el hambre y la miseria sea por cruentas guerras olvidadas. Nos acongoja la situación dejada en Libia tras la intervención occidental, cuando vemos cómo tratan a los migrantes en tránsito o comprobamos cómo de nuevo la esclavitud campa a sus anchas. Nos indigna la violencia contra los opositores por el régimen de Ortega en Nicaragua. Nos llena de enorme preocupación la evolución de los derechos humanos en Rusia y su desmedida ambición generadora de tantos conflictos. Y, como no, nos ha angustiado y nos sigue angustiando la guerra y el sufrimiento del pueblo sirio, una de las mayores tragedias que vivimos en la andadura de este siglo. Y la persecución y huida de los rohingyas en Myanmar, y la continuidad del conflicto en el Sahara y la represión en el Rif y encarcelamiento de sus líderes, y la evolución totalitaria de Turquía, y… Es terrible, desolador, pese a que se trata de una lista por desgracia incompleta.

Es imposible permanecer indiferentes, pero sin embargo en no pocas ocasiones lo somos. Nuestro pueblo ha demostrado sobradamente un enorme espíritu solidario, que esperamos que las nuevas olas que avanzan en Europa y el mundo no seas capaces de ahogar.

En España los derechos llevan años crecientemente maltratados. Las políticas frente a la crisis y los miedos a las movilizaciones de la gente por parte de los poderosos han terminado de darles la puntilla.

La libertad de expresión crecientemente cercenada, la ley mordaza, el sistema judicial corrompido por las maniobras políticas, el sistema penal de la venganza, el lodazal de la corrupción sistémica, la manifiesta jerarquía del sistema económico sobre los poderes del estado, la falta de cauces de participación, la negativa a cambiar políticas migratorias crecientemente criminales que provocan cientos de muertos cada año… todo ello alimenta una profunda desafección de la ciudadanía hacia el sistema político que ha entrado en una profunda crisis y que refleja en realidad la baja calidad de nuestra democracia.

Si nos referimos al cumplimiento a los Derechos Económicos y Sociales, es ocioso reiterar que estamos a la cabeza del paro y la pobreza. Crece de forma incontenible la desigualdad (la brecha entre ricos y pobres). Los derechos a la salud y la educación, el siempre imposible derecho a la vivienda, las personas sin hogar, la dependencia incumplida, el eterno olvido de los derechos de las personas presas, los servicios sociales… Otro radical panorama desolador.

Por no citar la continuidad de la violencia de género, el techo de cristal para las mujeres, la discriminación laboral y salarial… Pese a los avances conseguidos gracias al imparable movimiento de lucha de las mujeres que ya no se conforman, son todavía muchos los retos, muchas las necesidades, mucha la desigualdad que hay que superar.

Decía que, hasta ahora, todos defendían los derechos humanos, aunque no los cumplieran. Ya no. En los últimos años han llegado a los gobiernos y a los parlamentos una serie de corrientes de profundo carácter totalitario, que preconizan políticas extremistas de ultraderecha, como los Trump o Bolsonaro, los Salvini o los Orban, las Le Pen y tanto otros. Estas corrientes de extrema derecha, que muchos califican de neofascistas, cuestionan abiertamente la igualdad, la no discriminación, la diversidad, la libertad o los valores democráticos.

En España, además, un nacionalismo exacerbado y rancio, que se alimenta del pensamiento reaccionario español y reivindica la dictadura criminal de Franco, pretende excluir de los derechos y por tanto de la carta de ciudadanía a los que no son como ellos, a las personas diferentes, a los 'otros', sean estos migrantes, personas de diferentes opciones sexuales o simplemente mujeres que se enfrentan al patriarcado. Son sectores que sin tapujos reniegan de aquel espíritu de hace 70 años, de aquellos valores, que alumbraron la Declaración Universal.

Frente a eso, y frente a los sectores políticos que aplauden esas ideas, parece necesario levantar otra ola. La ola de la defensa de los derechos fundamentales, la ola de la libertad y la democracia, la ola de la igualdad y la diversidad, la ola de la solidaridad y el espíritu generoso y abierto. La ola en suma de la fraternidad.

Porque en efecto, llegado el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sigue estando plenamente vigente, aquella vieja pero actual y bella reivindicación de la gente revolucionaria francesa de hace más de dos siglos: ¡libertad, igualdad y fraternidad!

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