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Análisis

Manolo Fossati

Servando y Germán

Me gusta imaginar las vidas de los miles, millones de seres humanos que antes que el martirio prefirieron salvar su vida y continuaron con su existencia, criaron hijos, hicieron el bien o el mal...

Tal vez, sólo tal vez, sería bueno ser creyente, y por lo tanto "creerse" las historias de santos y milagros. Debe de dar mucho consuelo estar convencido de que hay o ha habido personas con conexión directa con los cielos y, por tanto, con contactos provechosos a la hora de pedir favores. Sin embargo, los santos copatronos de esta nuestra Isla, Servando y Germán cuya festividad celebramos el próximo sábado, no son precisamente milagreros y sí fueron pobres sufridores de su fe, llevados a mal fin por no renegar de lo que creían la verdad absoluta. La intolerancia, que no ha variado mucho en miles de siglos, acabó con su vida de la misma forma que luego los defensores de su misma creencia, llevados por el mismo mal fanático de los romanos, martirizaron a otra ingente cantidad de personas en hogueras y tormentos.

Hay que estar muy convencido (inhumanamente, diría yo) de que hay una sola fe verdadera como para dejarse matar por ella, como para ofrecer tu ser a un dios invisible y único, mudo y a su manera inmisericorde con los hijos que se sacrifican por él, supongo que sin más recompensa esperada que la vida eterna en el Paraíso. La Iglesia honra su sacrificio y abomina de quienes renegaron para salvar su pellejo, pero sin embargo es capaz de elevar a los altares a quienes repudiaron su creencia antigua para abrazar las del Evangelio, empezando por su gran adalid, San Pablo.

No sé, todo esto es muy complicado para un profano como yo, pero me gusta imaginar las vidas de los miles, millones de seres humanos que antes que el martirio prefirieron salvar su vida y continuaron con su existencia, criaron hijos, hicieron el bien o el mal y, en definitiva, vivieron cumpliendo con el primer mandamiento divino, muy anterior al Decálogo mosaico inscrito en piedra entre rayos y truenos, aquél que decía: "Creced y multiplicaos".

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