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Análisis

Juan Carlos Rodríguez

Miralamar se hace guitarra flamenca

Es fácil deducir que el disco escrito, compuesto, interpretado por Juan José Manzano trasciende lo que es"

Hay veces en que la música es aire, luz, rayo de sol, albariza, horizonte, mar. Que la música te devuelve a la infancia. Que es una viña. Y un pago. Miralamar. "Desde aquel cerro, podía alcanzar a ver los cientos de viñas que llegaban hasta orillas del pueblo. Aquella pintoresca estampa de campos, y ese pueblo blanco a lo lejos coronado por la ermita de Santa Ana, eran imágenes que, en aquellos años, trascendían lo terrenal", narra Juan José Manzano (Chiclana, 1980), guitarrista, tejedor de sueños y nostalgias, hacedor de emociones.

Todo esto lo evoca Juan José en un disco extraordinario, reconfortante y luminoso: "Miralamar". "En días despejados, desde Miralamar se podía divisar el azul centelleante del océano Atlántico y, era en esos días cuando, con la agilidad de un gato, me gustaba saltar al techo de una pequeña cabaña donde mi padre guardaba las herramientas de labranza", explica.

Y a esa cabaña, a esa infancia, a ese paisaje, a esa mar tan lejos y tan cerca regresa desde Dublín. "Entonces me perdía en la belleza del paisaje, entrando en un estado de conciencia que me hacía olvidar las cosas que en esos momentos para mí eran importantes", señala. Y ahora, muchos años después, nos trae, comparte, nos contagia, destapa, esa misma belleza con su música. A la vez que abre, secciona, enseña, el aire, el espíritu, de una ciudad, de su ciudad, de esta ciudad.

La música, el flamenco, también puede ser patria, tierra, familia, niñez. Emerge de una emoción particular y única del artista, pero cobra verdadero sentido cuando se desenvuelve en los recuerdos compartidos, en la identificación del que la oye, con tu gente, con tu entorno, con tu pasado, con tus raíces en definitiva.

"En esa contemplación, y sin saber cómo, mis sentidos despertaban, haciendo aparecer maravillas delante de mis propios ojos, permitiéndome saborear la belleza de los sonidos del viento, y las curiosas formas y colores de los campos", insiste Juan José. Y ese viento, esos colores, ese verdor de la viña, el azul del cielo y el plata del mar son los que llegan por tangos, por bulerías, por soleá, en su guitarra.

Y el mar. Siempre el mar. "La apariencia inicial de mi entorno se iba transformando poco a poco a poco -sigue recordando-. Asombrado por la belleza que me rodeaba, me daba cuenta de que el azul del Atlántico no era realmente azul, sino plateado. Me quedaba allí boquiabierto, mirando las hermosas imágenes, hasta que lentamente se iban transformando en algo que no había percibido antes. Sentía que mi percepción ya no era visual, sino más emocional". Y así nos quedamos nosotros ahora, boquiabiertos, emocionados, antes temas como "El niño y el mar", "Miralamar" o "Boca vieja".

Es fácil deducir que el disco escrito, compuesto, interpretado -y producido- por Juan José Manzano trasciende lo que es. Es más que un disco: porque es una biografía. Está esa vivencia. Ese nacer, vivir y sentirse de Chiclana. Recrea aquella ciudad entrevista desde Miralamar, el Pozo de los Frailes, Los Llanos, esa ciudad que esconde entre el cordel de los Marchantes y del Pinar de María. Una Chiclana que no se ve, pero que existe: la del viñedo, la tradición, la raíz y el duro trabajo.

"En esa ensoñación, sin darme cuenta, empezaba a sentir que la vida es un regalo, y algún día, sin saber cuándo, ese regalo terminaría", sigue afirmando Juan José Manzano.

Por eso es también un disco de agradecimiento. A la calle misma donde el niño creció entre trastes de la guitarra y el sueño del flamenco, que no había entonces calle más flamenca que la calle de la Luna. "Yo me quedo en silencio para escucharte/ para escuchar al viento,/ para escuchar la mar./ Las barquitas por alegría,/ las estrellas de los cielos por soleá", canta la voz gaditanísima de May Fernández en "Calle de la Luna".

Por esto mismo no falta el homenaje a su padre y su amor a la tierra desde la viña de Miralamar. Tampoco a la madre cantando al repique de "Las campanas de Santa Ana" por soleá: "Están cantando esta noche/ en la ermita de Santa Ana./ Esta noche está tocando/ en la ermita de Santa Ana,/ y mi mare esta cantando/ al compás de las campanas", suena en la voz, chiclanera también, de Ana García.

Y hay también inevitable agradecimiento a la misma guitarra flamenquísima que le ha otorgado una vida profesional en "Mi aliada". O a la Dublín que le ha abierto las puertas y el futuro.

Lo hace componiendo también en inglés, absorbiendo las fronteras, inexistentes cuando la música se agranda. En Irlanda -que no se olvide- es donde Juan José vive de su sabiduría con la guitarra, su genio flamenco y la nostalgia del mar de Chiclana. "Miralamar es simplemente una llamada a sentarse frente al océano -concluye- y crear la oportunidad de volar a ese lugar donde sólo existe el silencio, donde solo existe la paz". Gracias Juan José por esta invitación, este viaje, esta Chiclana, esta memoria, esta música. Un primer disco no puede ser más que así: el artista frente a sus raíces y su mundo interior.

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