Aquella realidad que no se olvida

Crítica de arte

El fotógrafo gaditano Pablo Juliá llena la jerezana Sala Pescadería de buena fotografía, de retazos de una sociedad con infinitos encuadres, con desajustes existenciales, con desenlaces rompedores

Pablo Juliá, nuevo presidente de la Academia de Bellas Artes

Entrevista con Pablo Juliá

Una de las fotografías de Pablo Juliá que integra la exposición.
Una de las fotografías de Pablo Juliá que integra la exposición. / Pablo Juliá

Dentro de la programación de la presente edición de Fotojenia, una exposición resalta, sin duda, la que nos lleva a aquella España que se nos fue y que, con todo el pesar, echamos de menos, sobre todo, porque se siente la nostalgia de la ilusión que existía por conquistar una sociedad mejor; esa que, ahora, hay que poner en entredicho por las poco edificantes circunstancias que rodean a una realidad con demasiados desajustes. El autor, uno de los fotógrafos grandes de este país, maestro de maestros y relator, como nadie, de un tiempo lleno intensidades.

El gaditano Pablo Juliá ha sido uno de los fotógrafos referencia de la España y de los españoles que quisieron dar el paso adelante y sacudirse los resabios de un tiempo impuesto que necesitaba abrirse a un futuro esperanzador. Fue testigo de gran parte de lo que ocurrió y supo retratarlo con minuciosidad, apasionamiento y clarividencia. Hoy, cuando han pasado varias décadas y aquello sólo parece un recuerdo para muchos e historias de viejo para gran cantidad de personas ajenas a los hechos, es necesario el encuentro con una realidad que supuso el motor impulsor de esta España en la que, ahora, nos encontramos.

La exposición es un felicísimo documento histórico; un relato que parece de otro tiempo pero que está ahí, demasiado cerca; que muchos conocemos porque lo vivimos con intensidad; que sirve para conocer nuestra época, la realidad que vivimos ahora, heredera directa de unos momentos en los que los españoles se levantaron en ilusiones para reconquistar una historia que les fue sustraída impunemente.

La Sala Pescadería de Jerez se ha llenado de buena fotografía, de retazos de una sociedad con infinitos encuadres, con desajustes existenciales, con desenlaces rompedores, con posiciones que parecen extraídos de una historia que puede parecer finiquitada pero que estuvo ahí, muy presente y viva. Por las obras de Pablo Juliá pasa una España en blanco y negro pero que atisbaba una paleta de colores esperanzadores. El fotógrafo gaditano, toda una vida relatando gráficamente lo que acontecía a su alrededor para que los lectores del periódico El País, otro de los iconos sociales del momento, supieran de primera mano a qué atenerse en aquellos días de pasión desenfrenada.

Retrato del mítico músico y cantante Silvio Fernández.
Retrato del mítico músico y cantante Silvio Fernández. / Pablo Juliá

En la muestra nos encontramos escenas determinantes de aquella realidad social que era España; observamos, a la manera de un particular neorrealismo impactante, los desapasionados episodios protagonizados por un pueblo muy necesitado -tremendamente necesitado-; también se nos presentan los retratos de aquellos jóvenes políticos que buscaban nuevos horizontes, así como las escenas en las que ellos eran especiales actores. Pablo Juliá, al mismo tiempo, nos ofrece la visión de una serie de personajes que marcaron diferencias y que, hoy, son protagonistas especialísimos de aquella época. En definitiva, es la realidad incuestionable de un tiempo que nos parece lejano pero que está en el imaginario, entrañable o no, de muchos. Un tiempo que se vivió con intensidad, expectación y apasionamiento; que sirvió para romper barreras y para atisbar horizontes que se querían diáfanos. Estamos, por tanto, ante una exposición para ser saboreada con el placer de lo que se conoció de primera mano o de lo que ha sido contado por los que fueron, también, sus protagonistas inmediatos.

Pablo Juliá fue un notario de la sociedad del momento, un fotoperiodista de libro, un fotógrafo fotógrafo -no un advenedizo de tantos como hoy se creen algo en un mundo del arte equivocado y a contracorriente-; fue, además, un artista total que dio vida artística a lo que la mirada captaba. Esta exposición nos viene a situar en los escenarios de una España convulsa que ansiaba cambiar; nos muestra imágenes de lo que existió y de los que la protagonizaron -los dirigentes o los que pretendían serlo, los ilustres y los conocidos; también, los anónimos, los desheredados, los que luchaban por vivir-. Se trata, en definitiva, de una exposición que acerca lo que parece que estuvo lejos; que enseña y que, creo, puede hacernos pensar para no caer en lo que no fue bueno.

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