En un palacio del Renacimiento

María Cristina Kiehr y Ariel Abramovich, durante el concierto que ofrecieron en Diputación.
Pablo J. Vayón

25 de noviembre 2015 - 05:00

ARMONÍA CONCERTADA.Festival de música española de Cádiz.Armonía Concertada: María Cristina Kiehr, soprano; Ariel Abramovich, vihuela. Programa: 'De un libro de música de vihuela, intitulado imaginario' (obras de Vásquez, Willaert, Arcadelt, Da Modena, Morales, Richafort, Da Milano, Da Ripa, anónimos…). Lugar: Salón Regio de la Diputación. Fecha: Lunes 23 de noviembre. Aforo: Tres Cuartos de entrada.

La música renacentista era esencialmente polifónica. Los compositores la concebían para varias voces (desde mediados del siglo XV, lo más habitual fueron 4 o 5) que sonaban simultáneamente y que pensaban de forma horizontal, esto es como melodías independientes que puestas juntas alcanzaban un sentido superior. El pensamiento vertical, en acordes, que conduciría a la moderna armonía tonal, estaba a punto de establecerse como paradigma, pero de momento, en el siglo XVI, aunque pudiera haber músicos con una conciencia clara ya de esos bloques verticales, la música la dominaban la modalidad heredada de los cantos llanos primitivos y la imitación desarrollada a finales del XV por la escuela franco-flamenca.

Una voz y un instrumento pueden servir perfectamente a ese ideal polifónico, a condición de que el instrumento pueda hacer varias voces a la vez, por un ejemplo, un laúd o una vihuela, uno de los instrumentos nobles de la España renacentista. Y de hecho lo hacían. En los palacios de la aristocracia o en las cortes reales españolas, los vihuelistas asumían en su instrumento todas las voces de una pieza polifónica o las compartían con un cantante, de manera que una línea era cantada y las otras adaptadas al idiomatismo propio del instrumento. Dedicado toda su carrera al arte del Renacimiento, el argentino Ariel Abramovich ha profundizado en la manera en que estos músicos tomaban canciones, motetes o partes de misa y los reducían para tocarlos con las seis cuerdas de su vihuela, variándolos o construyendo fantasías a partir de ellos. Así se publicaron en España a lo largo del Quinientos siete libros con música vihuelística.

Con la compañía de su compatriota María Cristina Kiehr, Abramovich ha querido añadir otro nuevo, una especie de fantasía ucrónica, intabulando él mismo composiciones de Vásquez, Willaert, Arcadelt o Morales y añadiendo algunas piezas laudísticas, especialmente compleja una extensa Fantasía de Alberto Da Ripa, obra de texturas densas y torturadas, tal es en ella la presencia de relaciones disonantes. Más allá de estas muestras de virtuosismo instrumental, el concierto se apoyó en la expresión íntima, en la pureza vocal, en la manera en que Kiehr, voz plateada y homogénea, tuvo de decir los textos de forma nítida y a flor de labios, en la claridad de la dicción, en la flexibilidad de cada frase, en la transparencia de la polifonía puesta en la cuerda.

Fue un recital de música, pero también de poesía, por el cuidado puesto en el detalle de cada acento y en la prosodia, en el que los contrastes dinámicos apenas fueron tenidos en cuenta, porque lo que importa es el equilibrio entre las voces (la de la cantante y las instrumentales) y los matices expresivos del texto, transmitidos con refinada sutileza, con pequeñas variaciones expresivas, suficientes para diferenciar el desenfado de una villanella de la hondura de un madrigal, el desgarro del lamento de Dido en La Eneida puesto en música por Willaert de las quejas de amor de los amantes despechados de Vásquez. En el recorrido no faltaron sobresaltos (esa inesperada pérdida de la línea de la soprano argentina en los Álamos de Sevilla, con parada incluida) ni momentos para el éxtasis, como los agudos purísimos, cristalinos de O dolce vita mia de Willaert o el morendo de cierre de Chiare fresche et dolce acque de Arcadelt, sobre Petrarca, en el que con el agua iba el alma de Kiehr.

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