Crítica de arte

Los gestos grandes de lo sencillo

  • Pepe Baena, que expone en Madrid, es pintor de cuadros íntimos y verdaderos, sutiles e irreverentes, de grandezas y de flaquezas, de festiva manifestación y cáustica representación

La pintura de Pepe Baena titulada ‘Pepa Pig’.

La pintura de Pepe Baena titulada ‘Pepa Pig’.

La aventura artística de Pepe Baena cada día se va haciendo más grande, más interesante, más significativa y de mayor proyección. Por sus obras y acontecimientos verán ustedes que no hago con lo que manifiesto nada más que constatar una realidad absoluta que no tiene contestación alguna. Lleva exponiendo, desde hace unas semanas, en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz una importante muestra con unos curiosos protagonistas, aquellos especiales habitáculos, los Chinchorros, que fueron viviendas durante mucho tiempo en los terrenos cercanos al antiguo cementerio de San José; unos espacios que fueron modos de vida en una ciudad y en un tiempo que ya es historia. La fotografía de Javier Osuna ha inmortalizado su existencia y Pepe Baena los ha eternizado en esa pintura que magnifica lo más sencillo, cercano y emotivo de una sociedad que el pintor gaditano hace grande, única, especial y determinante. El otro día, una pintura suya obtuvo uno de los galardones –uno más en su carrera– del Certamen de Paisaje de Alcalá de Guadaira, uno de los mejores de la modalidad en cuyo palmarés han estado los más grandes. Y para dejar constancia de la significación de Pepe Baena en el momento presente, reseñar la exposición de su obra en la galería madrileña de Verónica del Hoyo. Hasta la capital de España, bien arropado por artistas de la talla de Antonio López o Hernán Cortés, Pepe Baena ha llevado esa feliz historia de su íntima pintura, esa que enaltece el gesto más sencillo, que da autenticidad visual y eleva a lo trascendente a los momentos entrañables de la vida, que potencia el instante justo de una acción cotidiana, que materializa en lo más alto del estamento creativo la mirada expectante de un niño o magnifica el expresionismo de un rostro.

Porque Pepe Baena es el relator magnífico de lo mínimo, el que extrae el valor supremo de lo que pasa desapercibido para los demás, aquel que pinta con determinación realista un vaso de colacao y una magdalena, el pintor de las sencillas estancias donde transcurre una vida, íntima, cómoda y sin sobresaltos; el que concede la máxima categoría ilustrativa el gesto de una abuela viendo si su nieto se ha hecho caca; el que pinta los excesos existenciales que remarcan, para bien de la humanidad, en los Carnavales de Cádiz. Pepe Baena es el pintor de los niños, de las ancianas serenas y llenas de vida, de los chirigoteros de pro o del ministro cesado. Pepe Baena es pintor máximo de lo mínimo; grande con lo pequeño, absoluto con lo poco. Pepe Baena es el pintor veraz de lo real; de aquello que está, que se conoce, que se siente pero que pasa desapercibido para todos, menos para la mirada de niño grande que es Pepe Baena. Pepe Baena es pintor de lo que escuece y de lo que hace sonreír, de lo entrañable y de lo canalla. Pepe Baena es pintor, en definitiva, de una realidad que es visible sólo para el que ve más allá, para el niño rebelde con una maldad contenida que cautiva. Es pintor de cuadros íntimos y verdaderos, sutiles e irreverentes, de grandezas y de flaquezas, de festiva manifestación y cáustica representación. Pepe Baena es pintor de lo que sólo es capaz de ver Pepe Baena –otro, lo mismo, lo vería distinto– y, además hacerlo como Pepe Baena. Por eso su pintura interesa a casi todos; a los exigentes, a los puristas, a los enterados y a los entendidos; a los que se convencen con migajas buenas, a los que se dicen expertos y a los aficionados de pellizco, a los que pintan y a los que nunca van a pintar; a los jartibles y a los que sólo se conforman con aderezos gustosos.

Hernán Cortés contempla, ante el propio artista, el cuadro ‘La Bisnona’. Hernán Cortés contempla, ante el propio artista, el cuadro ‘La Bisnona’.

Hernán Cortés contempla, ante el propio artista, el cuadro ‘La Bisnona’.

La exposición ha llevado a la capital de España una pintura convencida y convincente; una pintura que cuenta felices historias; aquellas que surgen espontáneas en el día a día, la que protagoniza gente sencilla, niños juguetones, matronas venerables, personas de diario que son felices en una existencia, si no festiva, sí verdadera; que descubre una sociedad muy particular, la del entorno del pintor, la de ese Cádiz diferente, que no es ni mejor ni peor, pero sí distinto; como es la pintura de Pepe Baena.

Pepe Baena es, precisamente, un pintor con un sentido tremendamente particular para captar la realidad a contracorriente, que es capaz de ver claramente lo que la mayoría sólo atisba. Él lo ve, lo asimila y lo transmite sin interferencias, dando protagonismo absoluto a lo mínimo, a lo esencial, a la pureza de lo sencillo; lo que está más inmediato. Una pintura que es festiva y mordaz, que invita a la reflexión y a la sonrisa, que es socarrona, justa y sincera; o dicho de otro modo, Pepe Baena en estado puro.

El pintor Antonio López observa una obra de Pepe Baena. El pintor Antonio López observa una obra de Pepe Baena.

El pintor Antonio López observa una obra de Pepe Baena.

Porque el arte y la vida deben desentrañar aquello que se entresaca del alma y manifestarlo abiertamente, sin reveses, para mirarlo de frente.

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