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Adiós a un narrador mítico del siglo XX

Los dos días de Gabo en Cádiz

  • El premio Nobel colombiano visitó la provincia en 1997 durante dos jornadas, y visitó el Diario de Cádiz. Federico Joly le regaló una primera edición de la Constitución de 1812

 Corría el mes de noviembre de 1997 cuando, de la mano del entonces presidente Felipe González y de la diputada por Cádiz Carmen Romero –y seguramente animado por su gran amigo y colega Álvaro Mutis, que había recibido el título de Hijo Adoptivo de la provincia–, Gabriel García Márquez aceptó la invitación del presidente de la Diputación, Rafael Román, de realizar una visita privada a nuestra ciudad acompañado de su esposa, Mercedes Barcha. Dos días que constituyeron una experiencia realmente emocionante y provechosa para todos los que tuvimos la oportunidad de compartirla.  

Un Gabo afable, cercano y comunicativo echó por tierra durante esos dos días gaditanos la fama de reservado e inaccesible que con frecuencia acompañó al premio Nobel colombiano. Como el buen periodista y bibliófilo que era no podía perderse la visita al centenario Diario de Cádiz y a la prestigiosa biblioteca de Federico Joly Höhr, que le mostró algunos de sus ejemplares más interesantes, sobre los que ambos mantuvieron una relajada, cordial y enjundiosa conversación, a la que asistimos como espectadores privilegiados varios periodistas del Diario, apiñados en la puerta que daba acceso al pequeño despacho que antecedía a la biblioteca, donde se celebraba la reunión. Como si fuera ayer mismo, recuerdo el gesto de agradecida sorpresa del escritor cuando, admirando una primera edición de la Imprenta Real de la Constitución de 1812, preguntó sobre el nombre del propietario original del libro que aparecía escrito en él y Federico le contestó “desde ahora es Gabriel García Márquez”. Gestos y exclamaciones que se repitieron a medida que iban pasando por sus manos otros tesoros bibliográficos, que el premio Nobel examinaba y acariciaba con esa detenida curiosidad que sólo poseen los amantes de los libros. Llamó su atención especialmente una edición de 1772 de La conjuración de Catilina, de Salustio, y varias obras encuadernadas en el prestigioso taller gaditano de la familia  Galván, cuyo exquisito trabajo elogió el matrimonio, hasta el punto de que Mercedes Barcha afirmó que iba a encargar a los artesanos gaditanos la encuadernación de los ejemplares que guardaba de la primera edición de Cien años de soledad. Gabo comentó entonces que desconocía que su esposa conservara aún esas primeras ediciones “aunque –dijo– sé que esconde mis libros en algún lugar de la casa para evitar que yo acabe regalándolos todos”.    

El premio Nobel, que finalizaba ese día su corta pero fructífera visita a la ciudad, se despidió del Diario prometiendo que “vuelvo a Cádiz y me tenéis que dejar en esta biblioteca un día entero”. Lamentablemente no pudo ser, pero también es cierto que esos dos días gaditanos de Gabo dieron para mucho, porque en la jornada anterior el alrededor de medio centenar de personas –escritores, artistas, profesores, periodistas– que asistimos al encuentro con el escritor celebrado en la Diputación nos quedamos para siempre con la sensación de haber vivido una experiencia inusualmente rica y desde luego irrepetible. Dos horas en las que el premio Nobel, generalmente huidizo de todo acto público, en un diálogo distendido con los presentes –a cuyas preguntas y observaciones respondía como si de una conversación informal entre amigos se tratase– desveló los entresijos de sus obras, de su manera de escribir y revisar los originales, de su guerra con los editores para conseguir corregir sobre las últimas pruebas, de sus manías, de su terror ante el folio en blanco o de las raíces autobiográficas de sus obras y personajes. Se confesó autodidacta –“no recuerdo ninguna regla gramatical”– tanto en la escritura como en la música y al referirse a la musicalidad de su prosa destacó el valor que tiene en ella la tradición oral: “Aprendí a narrar oyendo a las abuelas y escuchando los vallenatos, que fueron en su origen canciones de divulgación de noticias, por cantantes populares, en las fiestas de los pueblos”. A este respecto observó que Cien años de soledad es un vallenato, mientras que El amor en los tiempos del cólera es un bolero. Por cierto que afirmó estar convencido de que si le iban a recordar por un libro sería por éste último: “Por uno que habla del amor y los sentimientos de una mujer”.

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