Una cadena de favores en El Puerto
El boca a boca se convierte en la mejor promoción para grupos que han ofrecido en esta edición conciertos tan despampanantes como Ginferno, Smile, Yokozuna o Rusty River
"Os voy a pedir que hagamos una cadena de favores. Lo que tenéis que hacer los 70 que estáis aquí es salir y decir a las primeras cinco personas que encontréis que habéis visto a un grupo que se llama Smile y que su directo es de puta madre. Cuando eso se vaya multiplicando y multiplicando, el próximo año nos veréis llenando el estadio del Cádiz y podréis decir yo fui uno de esos 70". Vaya allí mi cadena de favores: Smile, cinco chavales muy agradecidos de Getxo, es de lo más alegre, optimista, cristalino y esperanzador que se ha visto en un escenario hace mucho tiempo. Su cantante, que parece ser el hijo no declarado de Paul Sebastian, el líder de aquellos legendarios Lovin Spoonful, sabe cómo acercar al público al escenario con sus desenchufados y tiene al lado a un bajo que hace acordes para memorizar, un aliado que toca el banjo como no se escucha desde el duelo de banjos de Deliverance y un batería que arremete los platillos con una maraca con una gracia impensable en las Vascongadas. En eso consiste este festival. Smile llegó a El Puerto en furgoneta tras nueve horas de volante y no los conocía nadie. Ayer, tras sus conciertos en la bodega Osborne por la mañana y el de la noche anterior en El Rodeo, en todas partes no se paraba de hablar de Smile.
Algo parecido sucedió con Yokozuna, un dúo de mexicanos del que había buenas referencias, pero nadie había visto. Actuaban en la terraza del bar Santa María, en plena Ribera del Marisco. A esta terraza se accede por una escalera de caracol. Los espectadores, al terminar el bolo, blues a base de batería y guitarra, blues a lo bestia, bajaban conmocionados por el encaracolado hierro. Estupefactos. La cadena de favores va a funcionar con estos mexicanos. Son devastadores. Mucha más gente querrá verlos porque unos pocos les vieron en El Puerto.
Y déjenme que les cuente una historia de ternurita, la de los onubenses Rusty River, con plaza en El Rodeo a las seis de la tarde de ayer. Su parroquia eran mitad curiosos y mitad su familia, su amplia familia, vestida como para bodas y bautizos. El líder es un americano, seguramente profesor de inglés de los cuatro jovencitos melenudos de Huelva que le acompañan. Dios mío la que montaron con su southern rock. Sí, un rock sureño americano con algún ramalazo español que no envidiaría el Spanish Caravan de los Doors. Son muy buenos. Pero lo más bueno era ver a los familiares, que habrían escuchado tanto rock como yo he visto cine albanés, coreando el repertorio en inglés a voz en cuello y bailando con sus trajes de fiesta como si eso fuera la yenka. ¿Lo ven? En las bodas y bautizos se puede bailar sin martirizar. Cómo se bailó en El Rodeo. Rusty River es otro descubrimiento.
Pero para descubrimiento el hallazgo impagable de la madrugada de ayer en Mucho Teatro. Tendrán que apuntarse el nombre porque lo de Ginferno y los Saxos del Averno es de otro planeta. El grupo está liderado por un chaval elegantemente vestido con traje ajustado de los 60, corbata estrecha y gorra. El chico empieza a saltar a ritmo funk, pero resulta que tiene una voz rota a lo Tom Waits y se atreve con algunas posturas de crooner. El brebaje es explosivo. A los cinco minutos de estar pegando botes por el escenario tenían a toda la sala volcada con una propuesta de ritmo que viene a decir puedes morir ahora mismo, pero morirás feliz. Baila, baila. Danzad, danzad, malditos. Y el viento, que lo traen cuatro personajes que no se cansan de soplar hasta arriba de swing, hace todo lo demás. Ginferno, sus saxos del averno y un contrabajo insistente hicieron crecer de la nada, de la abulia, una de las mayores fiestas que se han visto desde que existe el Monkey Week.
Sería absurdo negar que en un festival que reúne tantas bandas y donde ha llovido a ratos a jarrazos todo ha sido bueno. Hay muchos grupos malos, pero ya mejorarán. Lo bueno es que cada año hay una nueva idea. La que ha triunfado en esta ocasión consistía en hacer un escenario en una antigua casa particular de la calle Cielo de varias plantas. Mezclar arquitectura y música. Bonito. Allí tocaron Los Quiero, un grupo sevillano que se dedica a destrozar clásicos. Lo hacen con tanta candidez que hasta eso resulta agradable. Un éxito.
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