Pareja de simetrías perfectas
Carlos Edmundo de Ory y Cayetana de Alba compartieron el título de Hijos Predilectos de Andalucía · El poeta llamó a la duquesa "metasevillana" y "dionisíaca"
Era el novio de la duquesa de Alba, que para camuflarlos confundió a los gacetilleros del corazón con la historia de Alfonso Diez, al que le habían desamortizado hasta el número romano. Ni décimo ni sabio. El novio de la duquesa de Alba la piropeó aquel 28-F de 2006. La llamó metasevillana y dionisiaca, piropos que a doña Cayetana la reforzaron en su autoestima sevillana después de haberse encontrado al entrar en las Atarazanas con un grupo de jornaleros descamisados que enarbolaban pancartas con mensajes como "No a las medallas y estatutos a los terratenientes centralistas".
El novio de la duquesa de Alba en el que no cayó ningún reportero del corazón se llamaba Carlos Edmundo de Ory. La sonrisa de Cayetana lo dice todo. Está hablando el poeta gaditano, que ha venido desde Francia, desde Thèzy-Glimont, para recoger la distinción como Hijo Predilecto de Andalucía. En las fotografías del acto, detrás del poeta y a la izquierda de la duquesa, también con rostros de divertida sorpresa, se ve a Antonio Serrano, Fosforito, volcán de voz de Puente Genil, y a David Bisbal, tan universal como los campos de Níjar de Juan Goytisolo.
Formaban una pareja perfecta. De simetrías. Yo no la cambio por seis de quince, le hizo las cuentas Carlos Edmundo a su amigo Luis Eduardo Aute, que no quiso perderse el homenaje al fundador del postismo y que no hace ni un mes, en el recital que dio en la Alameda de Hércules, leyó poemas de Ory. Ha muerto en Francia, rodeado de fanfarrones, tal vez hastiado de los fastos del 12, temeroso de que lo llamaran a capítulo por afrancesado. En febrero de 1983 debuté como cronista de los Carnavales de Cádiz. Sorprendió la identidad del pregonero, que rompía todos los cánones y pregonó la fiesta disfrazado de Mefistófeles. Un poeta de vanguardia, que se fue de Cádiz, pero se lo llevó con él. "Un día me lo encontré en calzoncillos lamiéndose las rodillas porque le sabían a sal de su tierra", le contó Ignacio Aldecoa en su última entrevista antes de morir a Antonio Hernández de quien había sido su cómplice y compañero de pensión madrileña y vida bohemia y tabernaria.
"Tengo sed de alcantarilla y de cerveza fresquita". Verso de un poeta urbano cuya estampa fue tan poderosa como su obra. Que pregonó el Carnaval de su gran patria chica el año de la expropiación de Rumasa y del 12-1 de España a Malta que le dio el billete a la selección española para jugar la Eurocopa de Francia. El país que hizo suyo Carlos Edmundo de Ory invirtiendo el viaje que hace dos siglos realizaron aquellos soldados. Ellos se fueron, sus ideas se quedaron en la tierra más libre de Europa. Al cabo del tiempo, un solo gaditano cruzó los Pirineos e invadió la Francia entera en Austerlitz caletero. Poeta de la bohemia de sótanos y pecados circunflejos, no las Bohème de Puccini con la que volvió a abrir sus puertas el teatro Falla del Peña y el Masa después de permanecer cerrado por obras.
Volvió Carlos Edmundo de Ory a Cádiz invitado por el equipo de la Revista Atlántica de Poesía, iniciativa que animó desde la delegación de Cultura Josefina Junquera, profesora de Literatura de los Salesianos, la salmantina a la que en tiempos de gobierno socialista en el Ayuntamiento alguna chirigota consideraba más dañiña que el bicho que trajo la peste equina. El 23-F de 1981 el pregón del Carnaval de Cádiz lo dio Rafael Alberti vestido de marinerito en tierra, de primera comunión en la penúltima transición. Dos años después, al término de los Carnavales que pregonó Carlos Edmundo de Ory, el 23-F de 1983 Miguel Boyer anunciaba por televisión la expropiación de Rumasa. Poetas del exilio que acudían a la fiesta de la transgresión, el Carnaval, ese ejercicio lúdico que una ciudad entera pone en escena para exiliarse sin moverse del sitio.
Carlos Edmundo de Ory mantuvo en el más estricto anonimato su romance con la duquesa de Alba. La Junta los descubrió y los declaró marino y mujer. Para desconsuelo de los jornaleros cabreados, que pedían más tierras, mecachis en la mar.
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