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Cultura

Pablo Carbonell asalta con éxito y diversión la Sala Milwaukee

  • El cantante y humorista ofreció un extenso recital de humor y canciones en su cita portuense, donde jugó con ingenio con las palabras y la música

Pablo Carbonell venía para divertirse y nada más. El gaditano entiende poco o nada de actuaciones presuntuosas y directos perfeccionistas. Como vigoroso histrión que es, lo mismo hace uso de la voz aflautada del adolescente equívoco que se deshace en berridos tarzanescos. Recursos de anarquista del espectáculo que se las sabe todas.

Y hubo diversión, aunque quizás en exceso (si es que eso es posible) a juzgar por las caras desencajadas de un público que se agolpaba frente al escenario hasta la asfixia. Pero al fin y al cabo era de lo que se trataba. El respetable quería reírse un rato, y Pablo cumplió con creces durante casi dos horas de espectáculo.

En la prueba de sonido me comentó que tampoco tenía demasiado claro qué iba a tocar, que, como sucede con los toros (curioso, viniendo del responsable de Los Toreros Muertos), "cada público tiene su lidia", y que son sus ánimos y expresiones los que terminan determinando el contenido del recital.

En cualquier caso, el artista se subió al escenario de la Sala Milwaukee a eso de las once de la noche, ataviado con un mono negro, botas de cuero y una corbata que terminaba de masacrar el buen gusto. Para sorpresa de muchos, se hizo acompañar al bajo por su primo Eloy Sánchez-Gijón, invitado inesperado que dio algo de grosor al sonido de la guitarra española que tocaba Pablo.

Para arrancar, Pablo Carbonell presentó una de sus nuevas canciones, Conversaciones encubiertas, precioso, divertido y ocurrente tema psicotrópico y ecologista en el que describe el diálogo callado entre las olas ("que se dicen hola"). Luego siguió con una historia real ("porque le pasó al Rey") sobre un accidente en moto para después hacer desgañitarse a todo el respetable con Soy un masón.

Especialmente sentida fue la interpretación de El último mono de la NASA, tema con reminiscencias del Space Odity de David Bowie en el que Pablo narra los pensamientos de un mono espacial abandonado entre las estrellas. También se llevaron varias ovaciones y cientos de carcajadas las Sevillanas globales, unas sevillanas en las que "no se habla de Sevilla", sino del Ganges o Brooklyn.

Con el público ya encendido, el showman terminó de amotinar la sala interpretando Mi agüita amarilla, uno de los grandes clásicos de la historia de la música española.

Antes de lanzarse con otro de sus grandes clásicos, Manolito, destacó muy particularmente el recital de versiones esperpénticas que propuso el gaditano, y que incluyó Another Brick On The Wall ("¡hey, pisha, deja al niño jugar!"), de Pink Floyd y Ne me quitte pas ("No me quites el pan"), de Jacques Brel.

Para terminar, tras atreverse con una genial Let It Be ("una canción sobre la letra b"), Pablo Carbonell se despidió de sus paisanos con Qué gustito pa mis orejas, con la que recordó a su amigo Raimundo Amador tras dos horas impagables de ingenio y humor.

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