'Olvidado rey Gudú', un tributo a la imaginación
EN un país como el nuestro, donde la literatura ha estado siempre tan apegada a la realidad que, para volar de verdad, tuvimos que recurrir a la exuberancia latinoamericana, obras como Olvidado rey Gudú (1996) constituyen uno de los mayores placeres, sobre todo para aquellos que aman el arte mágico del narrar. Ana María Matute, a pesar de ese cierto desaliño que se le achaca a veces a su prosa, ha logrado lo que la mayoría de autores y autoras actuales -magníficos articulistas, cuentistas o ensayistas- no han podido conseguir: fabular una gran historia, construir de principio a fin un universo entero, con sus héroes y sus traidores, con sus ascensiones y sus derrumbamientos... Y hacerlo sin servidumbres, ni vitales, ni morales, ni literarias.
La premiada escritora nos había contado ya muchos fragmentos de ese universo antes de 1996, y nos los ha seguido contando. Por ejemplo, en su reciente Paraíso inhabitado, un libro que logra tragarnos en la primera página para no soltarnos hasta el final, con el corazón henchido y unas ganas terribles de recuperar, con la suya, a esa niña -o a ese niño- que fuimos y que, sin darnos cuenta, hemos ido desterrando sin comprender que sólo en ella -o en él- pueden convivir en paz la fragilidad y la fuerza, el terror y el deseo inextinguible, y por ende invencible, de no resignarnos ante los límites de la llamada realidad. Pero, además, Ana María Matute, tras veinte años de trabajo silencioso, logró reunir millones de sus teselas para entregarnos la gran novela de su vida. Cuesta un poco entrar ese mundo de fantasía, tan complejo como fascinante, que es Olvidado rey Gudú. Pero si se consigue, si se conoce a la reina Ardid, y a Tontina, y a Predilecto y a Once... Si se logra viajar por las cepas y por los años con el viejo trasgo, consciente de que amor e inmortalidad son cosas incompatibles, la experiencia habrá valido la pena. Seguro.
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