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Cultura

Fotografía de eternos postulados

Una de las fotografías de la almadraba de Antonio González Caro.

Una de las fotografías de la almadraba de Antonio González Caro.

Hace tiempo que todos los aficionados a la buena fotografía saben que una de sus citas obligadas se encuentra en la Facultad de Letras de Cádiz, allí donde La Kursala acoge el trabajo de muy importantes fotógrafos; lo que ha permitido que se convierta en todo un referente en la fotografía española, contando, a su vez, con uno de los pocos catálogos que, todavía, se editan en el conjunto general del arte español. Estos Cuadernos de La Kursala son, ya, verdaderas piezas de coleccionistas que ofrece, bellamente editados, lo mejor de la fotografía. En la pequeña sala que encontramos en el vestíbulo de la entrada principal del recinto universitario gaditano, ese que se abre al horizonte atlántico en el Paseo Carlos III, se nos ofrece, sin solución de continuidad, importantísimas muestras de gran fotografía; una fotografía de muy amplio espectro, variado compromiso estético y absolutos planteamientos modernos. En su distancia barcelonesa, el fotógrafo Jesús Micó, coordina una programación rigurosa donde los postulados de la mejor fotografía se hacen presentes señalando las distintas rutas por las que hay que moverse en este estamento artístico que no siempre ha sido tratado correctamente; sobre todo, desde ciertas instancias interesadas que impusieron unos criterios no siempre acertados, a los que muchos, faltos también de mucho, se sumaron para ofrecer esquivos y poco edificantes asuntos que sólo hicieron que la fotografía estuviera, durante algún tiempo, bajo mínimos. Hoy las aguas parecen haber vuelto a su cauce y solamente subsisten los artistas de verdad, fotógrafos con criterio y con cierta dimensión y carácter.

La exposición que se nos presenta en La Kursala se podría encuadrar en esa fotografía que, con toda la suprema potestad artística, nos plantea los testimonios de un total acercamiento a lo que sería un reportaje consciente y convincente sobre el trabajo de los marineros en una almadraba. Antonio González Caro bucea en la historia que alienta el duro trabajo de los almadraberos. Para ello se deja de todo efectismo desvirtuante y se centra en la realidad de unos personajes heroicos marcados por la dureza del trabajo y el rigor de esa historia milenaria que llevan consigo y de la que son herederos. El artista capta la realidad sin gestos raros; abre el objetivo y deja pasar el infinito testimonio de una realidad cuya trascendencia está mucho más allá que la ilustración de lo que representa.

La obra de González Caro es el relato fiel de una historia escrita con una caligrafía bella, una morfología totalmente rigurosa y una sintaxis exacta y sin reveses de complejas estructuras. La fotografía del artista son retazos de historia fielmente contada. Su obra es un testimonio de arqueología antropológica, de exactitudes, gestos de un tiempo que fue, es y, queremos, que siga siendo. Pero, además, junto a esta historia de fidelidades, nos encontramos dulces esquemas de una plástica inquietante, obtenida desde la potencia visual que levanta el propio trabajo de la almadraba.

Garum, así se titula la muestra, haciendo referencia al milenario alimento que en la costas del Estrecho se conservaba para que desarrollase sus casi mágicas cualidades, nos sitúa en el contexto eterno de una fotografía sin tiempo ni edad.

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