Cultura

Buen cine de suspense con pretexto político

Thriller, EEUU, 2011, 101 min. Dirección: George Clooney. Guión: Beau Willimon, George Clooney, Grant Heslov. Forografía: Phedon Papamichael. Música: Alexandre Desplat. Intérpretes: George Clooney, Ryan Gosling, Marisa Tomei, Paul Giamatti, Evan Rachel Wood, Philip Seymour Hoffman. Cines: Bahía Mar, Ábaco San Fernando, Yelmo, Cinesa Los Barrios.

Clooney casi lo ha logrado. Tenía, y aún hoy tengo, dudas sobre la hondura de su talento como intérprete (no sobre su corrección, pero eso es otra cosa). Y dudas aún más serias sobre su creatividad como realizador. Sin embargo en este caso casi lo ha logrado. ¿Qué? Ser a la vez Redford y Pakula, si nuestra referencia fuera los 70; Henry Fonda y Otto Preminger, si fuera los 60; o Broderick Crawford y Robert Rossen si fuera los 50. Es decir, unir crítica política, eficacia narrativa tras la cámara y poderosa presencia ante ella. Dicho de otra forma: representar en los años diez del siglo XXI lo que Todos los hombres del presidente, Tempestad sobre Washington o El políticorepresentaron en los años 70, 60 y 50 del XX.

Difícil meta. Pero casi lograda. He repetido tantas veces casi porque ésta es la mejor película hasta ahora dirigida por Clooney, la que más se acerca a sus modelos... sin alcanzarlos. Su anterior y única incursión en este terreno -la aclamada Buenas noches y buena suerte- tenía un tufo a impostura esteticista en blanco y negro, a autocomplaciente me-cachis-qué-guapo-y-liberal-progresista-soy. Pero Los idus de marzo, sin alcanzar las cumbres hacia las que pretende ascender, convence como una excelente película de intriga política derivada al thriller.

Juegan a su favor el convencional pero hábil texto teatral en la que se basa y la sobria puesta en imágenes. La obra teatral es Farragut North de Beau Willimon, estrenada en Broadway con éxito en 2008. La puesta en imágenes opta por la sencillez, la antirretórica, la eficacia narrativa, la invisibilidad de la cámara y la potenciación de las interpretaciones de un soberbio reparto (además de un Clooney más hondo que en otras ocasiones están Gosling, Giamatti, Seymour Hoffman, Evan Rachel Wood -espléndida- y Tomei) seguidas en planos preferentemente cortos. Lo de siempre, vaya. Que suele triunfar, no por pereza del público, sino porque siempre funciona.

El marco son unas primarias demócratas. Clooney es listo al cargar contra los suyos -al principio iban a ser republicanos- para lograr una mayor credibilidad. El testigo es un joven idealista (Gosling) que cree que el candidato para el que trabaja (Clooney), cuya campaña dirige el curtido Paul (Seymour Hoffman), es el hombre que puede cambiar América, devolviéndole su autenticidad constitucional. La tesis, más bien pesimista, es que a la larga todos los políticos defraudan por el mero hecho de serlo. La mentira, la traición y la renuncia a los ideales forman parte, por así decir, del oficio. Y además son peligrosamente contagiosas. El bien tramado argumento tiene, sin embargo, dos puntos débiles. El primero es presentar como novedad lo sabido: el camino de los políticos, como el de cualquier profesión altamente competitiva, está sembrado de cadáveres (de ideales, de proyectos, de principios... a veces hasta de personas). El segundo es que al joven y muy inteligente protagonista le sorprenda descubrir lo primero y que, tras hacerlo, cambie tan abruptamente. Esto da a la película un cierto tono naif.

Pero como en ficción, si hay inteligencia, no hay mal (simplificación de caracteres) que por bien (sorpresa, suspense, tensión) no venga, los dos bruscos giros de guión que hacen malos a los buenos, idealistas a los cínicos y aún más malos a los malos, logran una segunda parte mejor y más intensa.

Tal vez por eso en ella desaparecen algunas debilidades de la primera parte, como un cierto tono forzado para hacer la gran película política americana (la clausura de la tensa conversación entre Seymour Hoffman y Gosling con la silueta de éste recortada sobre una gigantesca bandera americana mientras suena una trompeta patriótica a lo John Williams). Clooney parece sentirse más seguro cuando se desliza del cine político al de género, de la quiebra de los ideales a la venganza, de la denuncia de la doble moral a descripción de la total inmoralidad que juega con las vidas humanas. En realidad ésta no es una película política, sino un buen thriller, pulcramente dirigido y poderosamente interpretado, con pretexto político.

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