nazis en la costa gaditana

El niño robado por un nazi

  • Un reportaje de Diario de Cádiz sobre el criminal Von Freienfels, que fue el doctor Gurruchaga cuando se ocultó en Chipiona en los 40, destapa una historia que aún le quita el sueño a una anciana en Suecia

Irmgard Lundberg con su hijo Fred en Tánger, en 1947.

Irmgard Lundberg con su hijo Fred en Tánger, en 1947. / reproducción: lourdes de vicente

Sabíamos que Luis Gurruchaga fue un personaje importante en las huestes de Hitler, que sirvió en Dachau y Auschwitz bajo el nombre de doctor Frederich von Freienfels y que apareció en Chipiona como director del sanatorio de Santa Clara, en Punta Camarón, por obra y gracia de quien facilitaba documentación legal a los nazis desparramados por la costa gaditana tras la caída del Tercer Reich. Sin contar con credenciales oficiales en Medicina, está claro que tenía conocimientos extraordinarios por las prácticas que había hecho durante los años en los campos de concentración.

En sus ratos de ocio, Gurruchaga utilizaba su yate Tiburón para navegar hasta Tánger y hacerse con un cargamento de antibióticos y radios que pasaba de contrabando puro y duro. La penicilina no estaba al alcance de todos y en muchos casos su mano angelical la utilizaba gratis con los necesitados y salvaba vidas.

En uno de esos viajes a Tánger, trabó amistad con una familia sueca compuesta por el ingeniero Sven, su esposa, Irmgard, y el pequeño Fred Lundberg. Estos solían visitarle a bordo del yate cuando Luis tocaba puerto. El doctor se encariñó con el niño, al que trataba con deferencia. Gurruchaga solía permanecer en Tánger durante días sin que nadie sospechara de sus menesteres.

En cierta ocasión, los Lundberg mencionaron a Luis que su hijo padecía una hernia inguinal que le estaba causando molestias. Y éste se ofreció a llevarlo con él a España y tratar al pequeño en la clínica de Chipiona. Lo operaría y regresaría con Fred al cabo de tres semanas. La oferta era tentadora pero el matrimonio decidió tomarse un tiempo para pensarlo. Casualmente, en los siguientes días, Sven coincidió con el cónsul de Suecia, el señor Heikka, en la oficina de correos y en la conversación le mencionó a éste la propuesta de Gurruchaga, a lo que Heikka le aconsejó sin lugar a dudas que aceptara. El cónsul aseguró a Sven que Gurruchaga era amigo suyo y un buen profesional.

Al fin, convencidos, los Lundberg dejaron a su hijo en manos del doctor, que zarpó de Tánger el 21 de mayo de 1948 llevándose a Fred. Y así comenzó la pesadilla.

Gurruchaga había prometido que comunicaría a los padres de Fred el estado del niño y el resultado de la operación, pero transcurrieron semanas sin noticias y Luis evitaba responder a las llamadas telefónicas de los angustiados padres. Finalmente, en respuesta a un telegrama en términos contundentes, el doctor respondió comunicándoles que recalaría en Tánger en dos semanas. Pero los Lundberg, que bajaban al puerto cada día, se encontraron con el guardián de yates y éste les mencionó que hacía cuatro días que Gurruchaga estaba en Tánger. A estas alturas, el matrimonio estaba altamente preocupado, por lo que dejaron un mensaje escrito en manos del vigilante para que se lo entregase al doctor. Le urgían a presentarse en el hotel Pimonte, donde ellos residían, próximo al Consulado de Suecia. Este vigilante era también una incógnita. Decía ser sueco y en Tánger se dedicaba a vigilar las embarcaciones de recreo durante el día y a otros trapicheos durante la noche. Oh, la, la, ¡el Tánger de los cuarenta! Aventureros y mataharis formaban una melé con personajes de la jet ibérica en la que todos bailaban juntos y actuaban por separado...

Luis llegó al hotel Pimonte sin demora y explicó que Fred se estaba recuperando satisfactoriamente, que incluso aprendía español. Recalcaba que no lo había embarcado aquella vez porque había un gran temporal en el Estrecho y que había sido una suerte: su yate naufragó, él perdió sus pertenencias y salvó su vida al nadar hasta la playa. Era junio. Gracias a que el cónsul de Suecia le había cedido otra embarcación podía regresar a Chipiona. Lo desconcertante fue que los Lundberg reconocieron al subir a bordo del nuevo yate los objetos que Luis llevaba en el Tiburón, e incluso vieron una foto del doctor sosteniendo a Fred en sus brazos.

Hasta septiembre no hubo más noticias de Gurruchaga. Entonces llegó a Tánger diciendo que el pequeño estaba bien y feliz, que compartía juegos con otros niños en la playa.

Fue entonces cuando yo conocí a Fred. Era una criatura adorable, un niño rubio de grandes ojos azules, muy espabilado y juguetón. Era el vivo ejemplo de la raza aria que a Hitler le hubiera gustado imponer en el mundo.

Noviembre. El doctor regresa a Tánger sin el pequeño. Alega esta vez que Fred padece un severo enfriamiento que parece haberle afectado al corazón y que no era conveniente que viajara. ¡Tanta patraña!

Los padres amenazan con denunciar a Gurruchaga, lo que hace que éste prometa enviar al niño con una enfermera en el ferry Algeciras-Tánger.

Los Lundberg mantenían vigilado el puerto y así supieron más adelante que Luis estaba en Tánger sin avisarles. Corrieron a su encuentro y encontraron sólo al extraño vigilante Skoglud a bordo, quien les informó de que Gurruchaga se encontraba en Tetuán con una dama y un joven.

En diciembre de 1948, en compañía de un danés, Gurruchaga acudió al hotel al encuentro de los Lundberg para comunicarles con toda frialdad que su hijo Fred había fallecido una semana después de llegar a España. Según su versión, el crío había bajado solo por la mañana a la playa (¿con 15 meses de edad?) sin que su vigilanta lo advirtiera y cuando había regresado al final del día al sanatorio se sentía mal y tenía fiebre. Contaba el doctor que al siguiente día, Fred murió de una insolación sin que pudiera hacer nada por él. Pero lo inverosímil resultó cuando seguidamente dio otra versión de los hechos, como él dijo, "ciñéndose a la verdad". Historia más dolorosa si cabe.

Gurruchaga confesó que por no haber introducido al niño legalmente en España, por no contar con el debido visado, él no pudo tratarlo en la residencia Santa Clara (Fred llevaba su pasaporte en regla) y que entonces decidió llevarlo con sus padres pero que al cruzar el Estrecho saltó un fuerte viento de levante; Fred perdió el pie en cubierta y cayó al mar. Mientras él trataba de enderezar el barco y acudir en su auxilio, el pequeño se había ahogado. Sólo pudo recuperar su cadáver, retornar a Santa Clara y dar parte a la autoridad.

El matrimonio Lundberg no daba crédito a lo que oía. La reacción de la madre fue desgarradora y el doctor comentó con cinismo que ellos eran jóvenes y tendrían más hijos. De paso, les aconsejó que no contactasen con el Consulado de Suecia porque por el momento no disponía de un certificado médico. Les dijo que el niño había sido enterrado en Chipiona tras haberle practicado la autopsia un forense oficial y con un nombre falso: Alfredo Fernández Cuevas, de padres desconocidos.

Así comenzó el vía crucis de unos padres desolados en busca de la verdad y la justicia. Aquella noche acudieron al Consulado de Suecia para tratar de impedir que Luis abandonara el territorio pero eran ya las 21:30 horas y la oficina estaba cerrada. Luego supieron que el cónsul era buen amigo de Gurruchaga desde antiguo.

El 24 de marzo de 1949, el padre de Fred acudió al puesto de Policía Internacional en Tánger tras haber trabajado el caso con un abogado que desapareció y con él la documentación en su poder.

Se amontonaban las contradicciones y lagunas; y las trabas a los Lundberg. Cuando lograron obtener documentación oficial en Chipiona, nada encajaba: ni siquiera una fotografía tomada al niño en su ataúd se le asemejaba.

En una ocasión, Gurruchaga llegó a proferir una amenaza solapada. Le dijo a Sven que abandonara las pesquisas sobre Fred si no querían desaparecer como otros. Pero Sven no desistía y se le ocurrió acudir al Consulado de España, donde el cónsul, tras oír atentamente la historia, dijo que el doctor no estaba autorizado a permanecer en Tánger ni a llevar a Fred a España. Solicitó entonces a la Policía que lo arrestaran pero mantuvo una conversación privada con Gurruchaga y éste, al salir del despacho, le dijo a Sven que le habían sugerido pedirle perdón por todo lo ocurrido y ¡a otra cosa mariposa! (El cónsul era buen amigo de su colega sueco).

Sven Lundberg trabajaba en Tánger para la constructora Steers Grove y su contrato estaba a punto de terminar en diciembre de 1950. Como no podía afrontar los gastos que le acarreaba la investigación, abandonó la búsqueda de Fred y se trasladó a Kenitra sin zanjar el caso.

Transcurrió mucho tiempo y el matrimonio tuvo una hija. La madre, Irmgard, se sorprendió enormemente cuando cayó en sus manos el reportaje sobre Gurruchaga con su foto aparecido en Diario de Cádiz. Le tomó dos largos años localizarme. Hasta entonces, nunca supieron que Gurruchaga era en verdad Frederich von Freienfels, un nazi huido. Recordaban que Gurruchaga ni pestañeó cuando le mencionaron que Sven había colaborado durante la Segunda Guerra Mundial con la Cruz Roja sueca en el rescate de prisioneros de Auschwitz y Buchenwald.

Conocer todo lo que aparecía en mi artículo sobre Gurruchaga provocó un auténtico shock a esta anciana de 90 años de edad que no quiero dejar morir sin que sepa la verdad sobre Fred, por lo que solicito desde aquí cualquier información sobre el Doctor Pirata. Sé que en 1964 estaba en Madrid y que abrió una consulta en el número 79 de la calle Castelló. En esa ciudad murió el 3 de noviembre de 1971. ¿Y Fred Sven Karl Lundberg? ¿Murió realmente o vive todavía?

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