Lucía Benítez Eyzaguirre: "Ante la revolución digital, las mujeres deberíamos ser hackers"

Por muy en la nube que esté, el mundo virtual no es ajeno a la superestructura: varias autoras analizan los roles y figuras de poder entre géneros en 'Sexismo digital’

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La periodista e investigadora Lucía Benítez-Eyzaguirre. / Julio González

“En la época en que yo quería estudiar Informática –cuenta Lucía Benítez-Eyzaguirre–, mi hermana me dijo que, cuando terminara la carrera, no iba a haber ni ordenadores. Así que, influenciable y tampoco sin saber muy bien qué hacer, me fui por otros derroteros. Pero siempre me ha seguido llamando la atención: tuve, por ejemplo, de los primeros modelos de ordenadores que hubo”. La trayectoria de Benítez-Eyzaguirre (Cádiz, 1961) aparece ligada al mundo de la comunicación, también, en el marco de la tecnología digital.

El salto que estamos viviendo (otro más) en ese otro mundo de pantalla, y el papel qué juegan en él las mujeres, la ha animado a coordinar el título Sexismo digital (Comunicación Social), en el que distintas firmas abordan cuestiones como el problema de la gestión de datos y la IA (con casos específicos como las aplicaciones relacionadas con la maternidad), la representación de la mujer en la esfera virtual, la cosificación y sexismo digital en los asistentes virtuales o el uso de información desde la perspectiva de género.

“Al fin y al cabo, lo que hace la tecnología es perpetuar y multiplicar los roles sociales; consolidando un estado de la cuestión y una forma de explicar el mundo –desarrolla–. Y lo que el mundo explica, y se explica, es una forma masculina de desenvolverse. En el campo de la tecnología también sucede, y pensé que estaba poco tocado cuando podía ser un tema interesante, sobre todo, si lo abría a distintas aportaciones”.

Y es que el sexismo aplicado al mundo de ceros y unos se da ya desde la sala de máquinas: “Al principio, cuando la programación era algo gris a lo que nadie hacía mucho caso, había muchísimas programadoras mujeres –recuerda la profesora titular de la UCA–. En cuanto empieza a considerarse una actividad de prestigio, las mujeres son arrinconadas”. Inercia que es común a otros campos, como el de la costura o la cocina.

El brogrammer, además –como se apunta en el libro–, es un estereotipo al que resulta difícil seguir el paso: narcisistas con poca empatía social, de personalidad excéntrica y arrogante.

"PODEMOS SER LAS GRANDES EXCLUIDAS DEL SIGLO XXI"

“En ese mundo de roles marcados, podemos convertirnos en las grandes excluidas del siglo XXI. Lo que tendríamos que hacer las mujeres ante la revolución digital es convertirnos en 'hackers', y aplicar nuestras prácticas y experiencias al mundo de la tecnología; que aún anda lejos de resolver muchas de las necesidades humanas. Hay una gran cantidad de aplicaciones que parecen más bien juguetes, pero que no resuelven los problemas. El desafío –asegura Benítez-Eyzaguirre– es llegar a un mundo en el que puedas plantear alternativas”.

Entre los grandes clásicos de un sistema con sesgo masculino (y machista) está el ámbito de la salud, una tendencia que se cuela también en las aplicaciones destinadas a mujeres:“Las app sanitarias siguen teniendo el corte masculino que han tenido tradicionalmente los tratamientos y los ensayos clínicos –explica la especialista–. Todos ellos parten de una configuración estándar, que es la masculina, cuando ni el ritmo cardíaco, ni la proporción muscular ni, por supuesto, las hormonas son las mismas. Las pruebas farmacéuticas se hacen en ausencia de estrógenos. Hay muchas enfermedades infradiagnosticadas cuando se trata de mujeres, porque la pauta se hace bajo marco masculino: detrás de esto está, también, la cantidad de veces que a las mujeres se las ha despachado como malas de los nervios”.

Los nuevos desarrolladores, por ejemplo, tampoco corrigen el sesgo de género que se da en cualquier proceso de selección laboral. “Un clásico al respecto –comenta Lucía Benítez-Eyzaguirre– es que, si en una oferta de trabajo piden cinco requisitos, las mujeres no se presentan si no cumplen los cinco. Los hombres, lo hacen aunque tengan sólo tres”. A ello se unen también cuestiones de educación social, como el síndrome de la impostora: “Creer que nunca tendremos capacidad para hacer cosas que lo mismo hemos estado estudiando toda la vida. Pero no podemos dejar cuestiones como la tecnología copadas de forma mayoritaria por los hombres –añade–. No nos damos cuenta de la enorme influencia cultural que tienen ciertas asunciones, o ciertos mensajes; y no podemos permitir que se pierda la perspectiva humana o social, porque el desarrollo tecnológico es un tema liberador e interesante, con proyectos de desarrollo que pueden tener gran impacto social”. No siempre, asegura, a simple vista: “Ya que también conlleva planteamientos éticos y de sostenibilidad: sólo las búsquedas en internet, por ejemplo, suponen el 3% de la energía mundial, y nadie habla de ello”.

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