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marroquinería
  • La firma Polène cede el protagonismo a varios artesanos de la localidad en su nueva campaña

  • Sus biografías ejemplifican los cambios vividos en el sector

  • Ubrique, París, Tokio

La evolución de la piel en Ubrique a través de sus artesanos

Sonia Fernández, una de las pocas jefas de taller. Sonia Fernández, una de las pocas jefas de taller.

Sonia Fernández, una de las pocas jefas de taller. / Polène.

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

De ser algo que los abuelos desaconsejaban, dedicarse a la marroquinería (y quedarse en Ubrique) es, actualmente, una posibilidad que se menciona a los jóvenes al calibrar opciones de futuro. Ángel (39 años) tiene dos niños aún pequeños pero comenta que es algo que no descarta para ellos.De hecho, era una de las opciones que se abrió al aconsejar a sus hermanos menores –aunque luego tomaran otros caminos–: “Sí que creo que, al contrario de lo que hice yo y porque es algo que echo de menos, me gustaría que al menos estuvieran unos años fuera, probando mundo”, indica.

Ese, de hecho, es el perfil de uno de los chicos que se incorporan a Polène –la empresa en la que trabaja– el próximo lunes: tras casi un lustro en Holanda, comenta Ángel, ha vuelto a Ubrique. “Algo curioso con todo esto, por ejemplo, es que en el pueblo no hay ninis”, asegura Sonia una de las pocas mujeres que dirigen un taller. Si no estudias, tienes que trabajar, y la opción es fácil y está al lado de casa: “Empiezan desde cero hasta que saben elaborar la pieza”.

Sonia Fernández, que comenzó a ejercer el oficio con 16 años, es una de las protagonistas de la campaña 'Hors-Champ', con la que Polène pretende homenajear la labor de los artesanos ubriqueños. Junto a ella, José María Torres y Ángel Ríos aparecen como otros de los muchos rostros que han contribuido a elaborar el sello de calidad que supone hoy día Ubrique. Una iniciativa cercana, que se pasea por el pueblo y muestra al espectador su rutina, más allá de la labor en los talleres. Así podemos saber, por ejemplo, que Sonia escribe en su tiempo libre y ya le ha alcanzado para poner en pie tres novelas –una, sobre su abuela–; que José María tiene un campo a las afueras del pueblo; mientras que Ángel presenta una estampa de domingos de tortilla de patatas y niños jugando al fútbol.

Ángel Ríos, quinta generación en la marroquinería. Ángel Ríos, quinta generación en la marroquinería.

Ángel Ríos, quinta generación en la marroquinería. / Polène.

Desde su fundación en 2016, Polène ha confiado en el talento de los artesanos de Ubrique para la creación de sus líneas de marroquinería –explica la firma en su presentación–. Trabajamos con la mejor curtiduría y con las mejores materias primas, pero sin un buen artesano, el producto no sería lo que es hoy. Es por ello que hemos querido rendirles homenaje”.

“Hay un porcentaje muy grande del pueblo que trabaja para Polène directa o indirectamente –comenta Carlos Alarcón, representante de la empresa en la localidad–. Sin la calidad que proporcionan estos artesanos, la marca nunca hubiera alcanzado el nivel que tiene hoy día: es un justo reconocimiento”.

“Ángel y Sonia –asegura Carlos– son dos de las personas a las que no es que hayamos ayudado, es que lo han merecido. A Sonia la conozco desde que era niña, creció entre hilos y piezas de marroquinería; y Ángel empezó el primer día embalando, en el escalafón más bajo, y ha tenido una evolución muy grande”.

Cuando Sonia comenzó a trabajar en el sector, dedicarse a la marroquinería en el pueblo no era una de las cosas que visualizaba en su futuro –pero ya sabemos que la vida es eso que ocurre mientras haces otros planes–:“Y luego, yo misma he ido creciendo y aprendiendo para llegar al sitio que ha llegado”, admite.

José María Torres, artesano cortador de pieles. José María Torres, artesano cortador de pieles.

José María Torres, artesano cortador de pieles. / Polène.

Ángel estudió en Cádiz y tampoco tenía en mente el tema de la marroquinería, aunque ya son cinco las generaciones de su familia que han trabajado en el ramo. Pero –cuenta– lleva con su actual mujer desde los 14 años, y el formar una vida pasaba por el pueblo. Debe existir una fuerza telúrica entre la familia Ríos y Ubrique, pues cuenta Ángel que uno de sus hermanos “ha pasado doce años en Barcelona, pero ha extrañado mucho el pueblo y, curiosamente, hasta que no ha vuelto no ha empezado la vida familiar”. Su mujer, por supuesto, sí que trabaja en el sector de la piel.

Las cinco generaciones de marroquineros son, también, cinco generaciones de Ángel Ríos: “Para mí, es una forma de recordar la supervivencia tan dura que tuvieron que hacer frente en comparación con las facilidades de hoy, en memoria de las personas que ya no están”, se explica Ángel. “Es curioso –añade Sonia al respecto– cómo en la posguerra, que fue tan difícil, no se perdió la marroquinería: las mujeres salían a coser a la calle”.

Carlos Alarcón piensa que, con los tiempos, se ha vivido una evolución en la sensibilidad:“Por eso, hoy día las marcas más importantes están aquí –asegura–. Por supuesto, influye que la piel sea de buena calidad”. Y los cambios en la tecnología: mientras antes se cortaba a mano, ahora los diseños tienen una precisión impensable tiempo atrás, de la mano del láser y el 3D.

En el cambio, desde luego y muy fundamentalmente, no todo ha sido estético: ha cambiado también la cuestión laboral. “Antes, los contratos eran pésimos”, afirman todos. Se sabía cuándo entrabas en la fábrica pero no cuándo salías: por eso los mayores te decían que huyeras.

“Y ahora, muchas personas que se han ido fuera a trabajar, vuelven al pueblo porque las condiciones en el sector son totalmente diferentes”, cuenta Ángel.

Carlos Alarcón recuerda que, hace unos treinta años, algunas familias decidieron hacer las maletas e irse a Málaga, Colombia, Australia: cruzar el mundo sólo porque no ves horizonte no es algo, piensa, que compute en estos momentos.

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