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La evolución del coronavirus en la provincia de Cádiz

Chipiona, nada que alumbrar

  • Cualquier parecido entre esta Semana Santa en Chipiona y las anteriores será pura coincidencia. Porque una visita a este paraíso gaditano da ahora pena, con muy pocos chipioneros en las calles y sin la presencia de los miles de sevillanos que hubiesen venido a disfrutar de sus vacaciones junto al mar.

Chipiona, una ciudad desierta. / Fito Carreto

Ser el faro más alto de España tiene sus pros y sus contras. Entre sus ventajas está que tienes una visión privilegiada de un lugar tan idílico como es la costa de Chipiona. A un lado tienes el dorado de la arena de la playa de Regla, y al otro, los corrales de pesca tan características de este rincón andaluz. Y ello sin olvidar a los grandes mercantes que se atisban en el horizonte. Pero el gigante que es el emblema de Chipiona ha descubierto que, debido a su altura, no puede darse la vuelta para agacharse y preguntar al primero que pase qué es lo que está sucediendo. Porque le extraña no oír desde hace días la algarabía tan habitual en esta zona del municipio y más aún en esta época del año en la que deberían reinar la primavera y el olor a incienso.

Ahí arriba, a 62 metros de altura, el Faro de Chipiona se siente raro. Nada es como antes. Ni una huella en la playa, ni un pescador en los corrales, ningún grito infantil, varias banderas rojas alertando de la prohibición al baño pese a que ni hay viento, ni fuerte oleaje, el paseo marítimo vacío, los bares y restaurantes cerrados y muchas flores marchitas en la reja del cercano edificio del Humilladero... Los sentidos se agudizan y el olor a salitre parece multiplicarse, y suenan a miles los sonidos de los pájaros, más libres que nunca, y hasta las campanadas del Santuario de la Virgen de Regla, también cerrado a cal y canto, parecen tener eco. Todo es raro. Y da pena.

"Aquí no hay casi nadie. En esta parte del municipio casi todas las viviendas son segundas residencias y están todas vacías. Nada que ver con otras Semanas Santas". La reflexión parte de Manuel, empleado de la empresa municipal de limpieza Caepionis. Ataviado con sus guantes, su mascarilla y sus instrumentos de trabajo, Manuel comprueba que ni en la avenida de la Cruz Roja, ni en la cercana avenida de Jerez hay mucho que barrer. Al no haber gente en la calle, tampoco hay desperdicios. Por ello su trabajo se ciñe casi en exclusiva a recoger las hojas de los árboles que el viento va arrojando a la vía pública. Y antes de seguir su ruta en su furgoneta dice orgulloso que los chipioneros están cumpliendo el confinamiento casi a rajatabla. "Sí, sí, aquí no sale casi nadie. Y sevillanos, casi ninguno. Alguno se habrá colado, pese a los muchos controles que hay, pero son muy pocos, se lo aseguro".

Es Miércoles Santo y tal día como hoy de cualquier otro año Chipiona sería un trasiego tremendo de visitantes, en su inmensa mayoría sevillanos que vendrían a disfrutar de varios días de descanso junto al mar. Pero hoy todo es diferente. La pandemia manda.

El casco urbano de Chipiona es pequeño. Por eso, y porque la parte de la playa y también la del puerto deportivo están casi desérticas, con las persianas bajadas como denominador común, la poca vida que hay en estos días se concentra en el centro. Quizás sea por ello por lo que a los periodistas que dan una vuelta les parece que haya más ambiente que en otras localidades del entorno. Pero es que está todo concentrado en muy pocas calles. Además, nadie hace algo indebido, salvando a alguna persona mayor que se sienta un rato en un banco público para coger un poco de aire antes de iniciar el regreso a casa.

Las colas que hay son, como en todas las ciudades, para sacar dinero del cajero o para comprar en la farmacia, en el estanco o en los pequeños supermercados que hay en este municipio, que aquí no hay ni centros comerciales, ni grandes hipermercados. Eso sí, lo de las medidas de longitud no parecen ser el fuerte de los chipioneros, porque lo de mantener el metro y medio de seguridad en las colas, como que no.

Quien conoce Chipiona sabe que su arteria comercial indiscutible es la calle Isaac Peral, más conocida como la Sierpes chipionera. Pero el estado de alarma también ha dejado semivacía esta vía repleta de tiendas y su prolongación, la calle Miguel de Cervantes, que también tiene un tramo peatonal. En el exterior del comercio Alimentación María, Manuel Sainz ordena las frutas expuestas a la venta. Cuando ve acercarse al periodista actúa bien porque da un paso atrás para mantener la distancia de seguridad antes de ajustarse la mascarilla. Y luego cuenta con tranquilidad que el pueblo está respondiendo con el confinamiento, que no ha llegado nada de turismo pero que, pese a ello, las ventas son satisfactorias. "La ausencia de sevillanos se nota muchísimo pero no nos podemos quejar porque las ventas dan al menos para cubrir costes. Además, me considero un privilegiado porque estoy trabajando", dice rotundo.

Tampoco hay quejas en el peculiar Mercado de Abastos de Chipiona. Y es peculiar porque podríamos decir que hay dos mercados en uno: el de invierno y el de verano. Cuando llegan el calor y los veraneantes, muchos puestos que ahora están cerrados alzan sus barajas. Pero el resto del año los que atienden a la clientela son, por decirlo así, los de siempre. Dos de ellos son Alfredo Sánchez Zarazaga, que atiende en el puesto de la Carnicería El Nene, y Manuela Moreno, que hace lo propio justo al lado, en el espacio reservado a la Carnicería Hermanos Moreno. Y ambos coinciden en lo mismo, que las ventas van bien, aunque lejos evidentemente de lo que hubiera sido normal en cualquier otra Semana Santa, y que lo que está salvando el negocio son los encargos a domicilio. "Muchas personas mayores prefieren no salir y que le llevemos la compra, lo cual no es un inconveniente para nosotros", recalcan.

Al igual que en otros pueblos costeros de Andalucía, también en Chipiona existió la psicosis de una llegada masiva de turistas para pasar estos días de fiesta. En la Jefatura de la Policía Local se recibieron incluso llamadas de vecinos alertando de que se había levantado la persiana de tal piso o que se había encendido una luz en el otro, siendo en todo los casos segundas residencias de personas de fuera. Y aunque los agentes se acercaron a comprobar estas denuncias, la mayoría resultaron ser inciertas.

El estado de alarma deja en la actualidad seis chipioneros ingresados por coronavirus y que están repartidos por los hospitales de Sanlúcar, Jerez y El Puerto. Y también deja algunas multas, aunque no excesivas, por incumplir el obligado confinamiento. Un agente de la Policía Local que regula el tráfico en la calle Miguel de Cervantes mientras la Infantería de Marina desinfecta los exteriores de la farmacia ubicada en la esquina con la Avenida de Madrid da fe del buen comportamiento general, aunque con matices. "La cosa va razonablemente bien pero también hay gente muy rara. El otro día le puse una multa de 600 euros a un hombre que iba por la calle y que me dijo que venía de comerse un bocadillo en casa de un amigo. Y hoy me lo he vuelto a cruzar y me ha puesto la misma excusa. Yo es que esas cosas no las entiendo", se lamenta.

Entre esas anécdotas se encuentra una que se convirtió en noticia de ámbito nacional como fue la sanción impuesta a cuatro o cinco jóvenes que optaron días atrás por montar una fiesta en un remolque para caballos, una "chiquillada" que desde el Ayuntamiento chipionero se asegura que para nada está en concordancia con el buen comportamiento general de la sociedad chipionera.

La Semana Santa ha pasado, el sonido a tambores no ha llegado y el Faro de Chipiona sigue sin saber qué es lo que está pasando a sus espaldas donde, lamentablemente, ahora no hay nada que alumbrar. Pero pese a ello cada tarde, cuando empieza a oscurecer, se concentra para seguir marcando el camino a los barcos grandes y pequeños que navegan frente a él. Como viene haciendo desde hace 153 años, un tiempo en el que, seguro, habrá vivido momentos mucho más difíciles que el actual.  

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