Archivo Provincial: Cómo salvar la historia de Cádiz de bibliófagos y tintas mordientes
Tras la conservación física de los fondos hay un trabajo artesanal del que pocos conocen las claves
La institución colabora también con otros centros en la recuperación de documentos históricos
El Archivo Histórico celebra este año su cincuenta aniversario
Privilegio de cadenas. Como título, podría encabezar las memorias de algún fantasma. Esa era la distinción que recibían aquellas casas que habían acogido entre sus paredes a un monarca; y de ahí –sabemos– recibe su nombre la Casa de las Cadenas, sede del Archivo Histórico Provincial.
Sobre el papel, el privilegio concedido a Diego de Barrios se traduce en un volumen no muy grande, encuadernado en terciopelo rojo, e iluminado con las imágenes de la historia que le da sentido. Entre las ilustraciones, una alegoría de la ciudad de Cádiz y un Carlos II en un caballo rampante, diezmando infieles o lo que quiera que se diezmaba en la época. La concesión va rubricada con un ‘yo, el rey’.
“Doy gracias y alabo al Santísimo Sacramento del Altar”, declara su beneficiario. Bien podía. El relato es conocido: Diego de Barrios y sus muchos pecados abrieron la puerta de su casa para dar cobijo al Santísimo Sacramento, que procesionaba bajo una tormenta en la jornada de Corpus Christi. Un gesto que le valió que ¡El Hechizado’ le otorgara la concesión, al haber albergado al ‘Rey de Reyes’.
Lo que no detalla mucho la hagiografía es que Diego de Barrios era una mala bestia no sólo desde la perspectiva actual, sino desde la del siglo XVII y, probablemente, desde cualquier otra perspectiva. El Obispo le concedió el divorcio a su mujer ante el temor fundado de que la matara (encontraron un cuchillo de grandes dimensiones bajo su colchón, lo que sabemos por los pleitos guardados en el Archivo Diocesano).
Tampoco cuentan los papeles, aunque se intuye, lo obvio: que tras tanta fanfarria y tanto humo y espejos se escondía el origen converso de la familia. Diego de Barrios tenía dinero suficiente para obtener de la Corte semejante prebenda, con la que las sospechas inquisitoriales no tuvieron más remedio que retirarse a sus aposentos.
EN CÁDIZ, POR 10.000 EUROS
Toda esa tremenda historia está encapsulada, al menos de forma genérica, en el volumen que llegó hace un par de años al Archivo Histórico, su casa original, tras haber estado a punto de salir de territorio español, rumbo a una universidad de Texas.
“Del Privilegio de Cadenas se pierde la pista a principios del siglo XX –cuenta el director del Archivo Histórico Provincial, Santiago Saborido–. Había terminado en manos de un bibliófilo que murió sin herederos y, como suele ser habitual, al morir, su biblioteca se desmembró. Terminó apareciendo de nuevo en una librería de viejo de Madrid, donde la compró un marchante. Nosotros nos enteramos por un aviso del Ministerio de Cultura, que nos informó de que había instituciones extranjeras interesadas en sacarlo del país”.
El Privilegio de Cadenas pudo volver finalmente a su hogar gracias a los 10.000 euros que pagó por él la Consejería de Cultura. “De habérselo vendido a Estados Unidos –indica Saborido–, habrían sacado más”.
La restauradora Carolina Maqueda fue la encargada de reponerlo de su vapuleada y dilatada existencia. Durante su trabajo, tuvo que desmontar la encuadernación (conservando tejuelos y refuerzos), dándole forma a las cubiertas con una base de terciopelo. El volumen también contaba con un pliego suelto de los descendientes de Diego de Barrios, con los protocolos que autorizaban el traslado documental.
Los actuales criterios de restauración se rigen por el principio de la reversibilidad y la intervención mínima, es decir: recuperar lo esencial, pero sin que se note la mano del restaurador. De hecho –recuerda Maqueda–, el Archivo tenía un equipo de laminación que terminaron vendiendo a los árabes: “El desierto marca temperaturas tan tremendas que la mejor forma de conservar un documento es encapsularlo”.
ACUERDO CON LA IGLESIA MORMONA
Carolina Maqueda estudió Conservación y Restauración, especializándose en documentos gráficos: ha estado moviéndose profesionalmente entre Cádiz y Madrid, para terminar en la capital gaditana. Es una especialidad, admite, que no abunda. “Si tengo alguna duda en una intervención, pregunto a colegas restauradores en Zaragoza, Madrid, Ámsterdam… Pero, en realidad, cada caso es bastante especial por sí mismo”, explica.
El grueso del fondo gaditano lo constituyen un total de 17.000 protocolos notariales de Cádiz y pueblos de la provincia: documentación del Catastro, de la cárcel de El Puerto, de las cigarreras... Un fondo que está digitalizado casi por completo -pueden consultarse, por ejemplo, los protocolos notariales de 1550 a 1920; o el Registro Civil de 1870 a 1960- dentro del proyecto Family Search, llevado a cabo en algunos archivos por la Iglesia mormona a través de un acuerdo con el Ministerio de Cultura.
La capacidad de la que dispone el Archivo Provincial hace que a menudo coopere con otras instituciones, como ha sido, por ejemplo, el caso del Archivo General de Ceuta, que puso en manos de Carolina Maqueda la recuperación de dos de sus documentos históricos más emblemáticos: un padrón municipal del siglo XVI (el libro de Jorge Seco) y el libro del Hospital de San Blas, el registro de hospitalizaciones más antiguo que conserva la ciudad ceutí (1662) y que da información de la ocupación y causa de ingreso de los enfermos. Este documento es, además, un palimpsesto: en su elaboración se utilizaron páginas de códices del siglo XI, en los que aún es apreciable la letra carolingia. Otro de los últimos encargos llevados a cabo por la institución provincial ha sido el primer tomo de bautismos de la Parroquia de San Miguel de Jerez. Fechado entre 1487 y 1507, consta de 171 folios encuadernados en pergamino.
PAPEL JAPONÉS Y CUERO DE UBRIQUE
Dependiendo del estado y del grosor, indica Maqueda, un solo protocolo puede llegar a suponer dos meses de trabajo. Generalmente, hay que desmontar el volumen y volverlo a coser: los tomos se reencuadernan en cuero de Ubrique, siguiendo el modelo original.
Si la página o el documento presentan mordidas en los bordes, se interviene teniendo en cuenta el material, el color y el trazado de las fibras: generalmente, con un papel japonés “bastante caro”, que se activa con calor. Los legajos se elaboraban a partir de papel de tela, de algodón, lino o cáñamo –muy lejos de la celulosa actual–; esto le otorga a los documentos calidad excepcional, convirtiéndolos a la vez en manjar de bibliófagos. En el Archivo Provincial también cuentan con pulpa de algodón del molino de Capellades, en Levante: el único del país que sigue elaborando papel según el método tradicional.
Además de los caminos trazados por los insectos, es frecuente encontrar en los legajos manchas violetas causadas por el vinagre: restos, precisamente, de la batalla secular que los fondos libran contra las larvas. Y es común que las mismas tintas, además, actúen como material corrosivo: ‘tintas mordientes’, es decir, metaloácidas, “que el papel termina escupiendo –explica Carolina Maqueda–. Los escribanos tenían que hacerlas todos los días con negro de humo, agallas de roble...”
El proceso de limpieza incluye un baño: los documentos se sumergen, masajeándolos, y se colocan luego en una secadora. También está la cámara de rehidratación con vapor, que se usa tanto en papel como en pergamino.
Todos esos pedazos de historia duermen en búnkeres aislados y climatizados. En ellos, hay pliegos que llaman la atención, como los profusos árboles genealógicos destinados a demostrar pureza de sangre; o una carta de cumplimiento de pago escrita en armenio, con los sellos de todos los testigos, incluido el Papa de esta confesión. El documento cruzó todo el Mediterráneo antes de llegar a Cádiz. “La comunidad armenia descubrió que una forma de esquivar el Real Despacho de 1684, por el que se les expulsaba del país, era declararse hermanos del Nazareno”, cuenta Saborido.
Entre la documentación tratada se encuentran también los planos de ingeniería industrial procedentes del taller Vigorito, que se situaba justo encima del Teatro Romano. Ahí se levantaban alzadas de todo tipo, de un barco a una farola, a mobiliario urbano. En la recuperación de los dibujos, se obtiene el cianotipo a partir del original, se digitaliza y se guarda en una carpeta especial: “Si hay unos documentos vividos –señala Maqueda–, son estos: tachones, con manchas de café, de hollín...”
Este tipo de documentos, los ‘Pangur Bán’, son para quienes los tratan los más valiosos: “Después de los iluminados, hay una satisfacción especial en encontrar documentos en los que alguien ha hecho un dibujo, o unos garabatos”, explica la conservadora. Descubrir unos villancicos del XV en unas guardas, o el registro en directo de un terremoto, “con un escribano contando que las campanas de San Juan de Dios tocaban sin aguante, y que las casas se meneaban con mucha puxanza... –relata el director–. Todos ellos tenían claro que todo había que dejarlo por escrito, porque la memoria humana es frágil”.