Ángel Muñoz, el hombre que susurraba (poesía) a los caballos
Gentes del campo
Este sanluqueño afincado en Chipiona desde hace 40 años ha domado a medio centenar de animales y tiene claro que lo primero y fundamental “es hacerse su amigo”
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Cuando Lluvia, una yegua cobriza de andares elegantes, nos ve acercarnos junto a su dueña empieza a alejarse a paso lento. Se hace la interesante. Ahuyenta las moscas con espasmódicos movimientos de sus patas delanteras, como advirtiéndonos que no está para bobadas. Pero la cuestión es que no vamos solos. Con nosotros camina Ángel Muñoz, el hombre que la domó durante meses. “Al llegar aquí daba saltos de metro y medio. Tenía un carácter fuerte, pero poco a poco nos hicimos amigos”, nos cuenta Ángel. Lluvia avanza dándonos la espalda hasta que Ángel la llama suavemente. “Toc, toc, toc...”, le dice. Lluvia hace un año que no lo ve, pero reconoce su voz a la primera. Da la grupa, baja la cabeza y le acerca sumisa su hocico. La distancia, a veces, no es el olvido. Y los caballos tienen la memoria de cien elefantes.
Lluvia es una de las muchas yeguas y caballos que Ángel Muñoz ha domado. Casi medio centenar, calcula, desde que empezara hace más de 40 años siguiendo una máxima indiscutible. “El primer paso es hacerse amigo del caballo”. Pero eso no es fácil. Ni con los caballos ni con las personas. Sólo que los cuadrúpedos tienen unos poderes de los que carecemos la mayoría de los humanos. “Cuando te acercas por primera vez, el caballo te mira y es como si te hiciera una radiografía. Tiene un instinto natural, heredado durante milenios, que le sirve para verte por dentro, para conocer tus intenciones. Por eso hay que ir lento, con humildad, porque hablamos de un animal que se sabe superior, que es consciente que si levanta una pata para espantar una mosca y te la estampa en el pecho te deja en el sitio”.
Ángel tiene 73 años y es un maestro en esto de la doma equina. Un pionero, uno de los primeros que fusionó el baile de los caballos andaluces con el flamenco. Mientras desayunamos en el bar Alfonso, en plena avenida de la Diputación de Chipiona, nos enseña algunos vídeos suyos que hay en Youtube donde se le ve a lomos de un hermoso caballo negro danzando alrededor de una bailaora mientras suena el Qué no daría yo de Rocío Jurado por bulerías. Aquí, en el centro de su pueblo, esa copla que es capaz de levantar el vello a un escandinavo, nos llega hasta el sentío.
Ángel nació en Sanlúcar, pero a los 23 años se trasladó a Chipiona. Desde pequeño fue un apasionado de los caballos. Su padre llegaba a comprarlos en el Coto de Doñana, cuando el coto era el coto y adentrarse más allá del cuartel de Malandar era sólo para tipos bragados. “Los traía atados a la barcaza atravesando el río”. Algunas de esas monturas eran salvajes y había que echarle hombría para acercarse a ellos. “Los caballos te ponen en tu sitio. Si te equivocas, te lo hacen pagar. Son los mejores maestros del mundo”, nos explica Ángel mientras mueve sus brazos con un balanceo casi hipnótico.
Advierte que con los caballos que doma llega a un punto que puede ser calificado de telepatía. “Con una mirada, el caballo sabe lo que hay. Es un animal maravilloso, al que hay que tratar con templanza pero con firmeza”, apunta.
Durante muchos años Ángel se ganó la vida vendiendo coches. Aunque sus grandes pasiones siempre han sido los caballos... y la poesía, composiciones que ponen letra a músicas compuestas por amigos, desde sevillanas rocieras hasta palos más profundos. Nos acerca su móvil al oído para que escuchemos la última de sus creaciones. Por el pequeño aparato sale una voz desgarrada que canta al desplante que la Virgen del Rocío le hizo al Simpecado de Villamanrique en la última madrugada del Lunes de Pentecostés. Un suceso que trajo cola en Almonte pero también en la otra orilla del Guadalquivir. Y es que Ángel llegó a fundar la primera hermandad rociera de Chipiona, y eso no es cualquier cosa.
Muchos de los encargos que Ángel recibe son precisamente de rocieros que compran caballos jóvenes para la romería. “A mí no me gusta abarcar demasiado. Esta es una tarea que requiere mucho tiempo. Cuando trabajaba, igual me levantaba a las seis de la mañana para irme con el caballo por las marismas y ver amanecer, que me saltara delante de la cara una bandada de perdices. Qué cosa más bonita. Y luego, por la noche, volvía de trabajar y me daban las doce encima de la montura. Es mi pasión”.
Aunque nos lo cuenta con todo lujo de detalles, hasta que no vemos la complicidad que existe entre su mirada acuosa y la de Lluvia no terminamos de entenderlo. Ángel le habla, le susurra, como hacía Robert Reford en aquella película pastelosa de los 90 pero sin sombrero vaquero. Quién sabe si será por el poder de la poesía pero el caso es que Lluvia recuerda en un instante todas las enseñanzas. Avanza exhibiendo el paso español primero y luego bailotea alegremente. Es una buena alumna Lluvia. Muchos de los caballos que han sido domados por Ángel lo son. “He llevado a cuatro caballos al Sicab, y eso no es algo que pueda decir todo el mundo”, nos cuenta orgulloso.
El Sicab, para quienes no lo sepan, es el Salón Internacional del Caballo que se celebra cada año en Sevilla y donde acude la aristocracia caballuna. Porque no se confundan, esto del caballo mueve mucho dinero. Ángel nos explica que los hay que valen muchos billetes. “Por aquí suelen venderse por 20 o 30 mil euros. Son caballos buenos, de buena sangre”. Algunos hasta descienden de Yucatán, el famoso caballo de Sergio Ramos que se proclamó en 2018 campeón del mundo de Pura Raza Española en la categoría de sementales.
Ángel apenas si tiene tiempo para otra cosa que sus caballos y su poesía. Una vez, dice, hasta le compuso una letra al maestro José Mercé mientras este cenaba en Chipiona. “Pues le gustó. Buena gente José”.
Una de las cosas que más felices hacen a Ángel es ayudar a niños con necesidades especiales, lo que él denomina equitación terapéutica. Sus ganas de ayudar le han hecho organizar festivales benéficos en los que han participado algunos de los jinetes más famosos de España, como Álvaro Domecq.
Ángel también ha vendido caballos para rejoneo, monturas valientes que esquivan toros bravos en una deslumbrante danza entre dos animales casi mitológicos cuya sangre está unida a este suelo. Porque si España tiene forma de la piel de un toro, bien le vendría tener el alma noble y leal de un caballo andaluz.
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