Provincia de Cádiz

Vuelve el picón

  • Alcalá de los Gazules, azotado por un salvaje desempleo, regresa a la fuente de energía que durante siglos les dio el monte como rebeldía ante el kilovatio.

"Yo tenía un perro que soñaba por la noche que cazaba conejos y por el día se dormía en los caminos". El piconero, desde la distancia, selecciona una bulaga, una planta seca y muerta, que será la mecha de la pira, y saca un cigarrillo. Levanta la mirada hacia Miguel, que ha lanzado sobre el montón la última rama de lentisco. "¿Qué perro era ese, Miguel?" "Uno como tú, que habla mucho y trabaja poco", bromea Miguel. En el monte se escuchan sierras mecánicas en la lejanía. Pilas de lentisco y acebuche como ésta que tenemos delante se están levantando en este mismo instane por todas partes en los alrededores de Alcalá de los Gazules, la puerta del parque de Los Alcornocales. Empieza el rito del picón, una pequeña batalla doméstica, un acto de rebeldía contra el precio del kilovatio.

"Mi abuelo era arriero -cuenta Miguel, carpintero en paro, junto al lentisco-, llevaba sacos de carbón en los burros al tren de Algeciras. Serían los años 40. Alcalá era un pueblo próspero que vivía de lo que daba el monte, tendría unos 15.000 habitantes. En los 60 la gente emigró a las fábricas, a la ciudades, donde se ganaba más dinero, dimos la espalda al monte, lo abandonamos. Ahora no seremos más de 5.000". Juan,empleado de mantenimiento del hospital Puerta del Mar, es el propietario de la finca en la que nos encontramos, una finca que no da más productividad que el pasto para el vacuno y los huevos de las gallinas -"los ponen cuando quieren"- y los ajos y las patatas de una pequeña huerta. Recuerda que "la gente de dinero tenía lujosas copas -braseros- de metal con tapas que hoy son reliquias, piezas de decoración; la gente pobre tenía copas de lata, pero el combustible era el mismo, lo que nos calentaba era el picón".

Arsenio Cordero, ex alcalde de Alcalá durante una década y que ahora es un hombre feliz de regreso a su trabajo de profesor, observa el regreso al calor vegetal como un cambio sociológico. "El picón se ha hecho en Alcalá desde siempre, pero durante los años de la burbuja su producción prácticamente desapareció. La gente que lo hacía, los piconeros, trabajaban en la construcción. La gente tenía dinero y sólo tenía que enchufar un cable para caldearse. Todo era fácil. Ahora este pueblo vive una crisis sin precedentes. No hay trabajo. ¿Qué hace la gente? Mirar al pasado, desenterrar sus raíces".

En la ferretería Ferropica tienen apagados los fluorescentes. La iluminación es la que entra de la calle. Sólo quedan dos copas para picón entre sus existencias. Su dependienta explica que "este año no sé cuántas copas habremos vendido, más de 50. Hemos tenido que pedir al fabricante cinco veces que reponga. Es el producto estrella. Hace dos años la única remesa que nos llegó la tuvimos que devolver. ¿Y sabe cuántas estufas eléctricas hemos vendido este invierno? Tres".

La tienda de animales, Advance, así de moderno, tiene en su puerta una copa para picón y un chubasquero como reclamos de escaparate. Hay carteles por todos lados con números de móvil. Dicen: "En verano os vendemos carbón, en invierno os vendemos picón"; "Se vende picón El Canastero"; "Se vende picón económico".

En esta economía de escala, hay una guerra de precios. El picón, un carbón menudo, combustible de batalla, no se vende en ninguna tienda. Se vende en las casas por el boca a boca. Y hay muchos parados, gente sin recursos, que vende picón. Un saco cuesta diez euros de media y sirve para calentarte durante un mes, lo que hace reducir unos 50 euros recibos de la luz estratosféricos. Pero como en todo exceso de oferta se resiente el valor. Hay tanto picón en el mercado que unos tiran los precios y obligan a los demás a hacer lo mismo. Se pueden encontrar sacos de picón hasta por ocho euros. Producir un saco de picón es un trabajo duro. Si lo hiciera una sola persona tendría que trabajar una mañana entera para lograr ese pequeño beneficio, siempre y cuando consiguiera colocarlo en este mercado tan saturado como el de los espárragos, las tagarninas y los caracoles, que es con lo que espantan la miseria centenares de familias de este lugar azotado por la crisis. En la finca nos hemos entretenido buscando espárragos. Hemos encontrado uno. Sólo un espárrago, eso sí, muy hermoso. "Lo dejaron de muestra",bromea el propietario mostrándolo como un tesoro.

Carlos, en paro ya no sabe desde hace cuánto tiempo, es uno de los piconeros con los que fabricaremos picón. Se protege del frio con un forro polar naranja en el que en grandes letras se reivindica a Holanda. Está escandalizado: "Llegan recibos de ciento y pico euros a personas que no tienen ni para comer. Nos está robando una pandilla de bandoleros con corbata. Hay viejitos que este invierno pasan frío porque no tienen ni para pagar el saco de picón. Antes, al menos, los bandoleros de estas sierras te robaban pero se lo curraban. Ahora no, ahora los bandoleros están en despachos y visten con chaquetas caras".

Nos ha contado el chaval que atiende en Advance, la tienda de animales, una tragedia. Hace unos años, no mucho, dos hermanos ateridos de frío se llevaron la copa de picón al dormitorio y cerraron las puertas. Uno no despertó. El picón en combustión se alimenta de oxígeno. El precio de no poder pagar la electricidad. Comento el hecho entre la cuadrilla de piconeros -tres- que considera concluida la tarea de amontonar ramas, primer paso del rito. "Todo tiene riesgos, sobre todo la pobreza. A mí las estufas halógenas me dan dolor de rodillas", filosofa uno. "¿Empezamos?" "Empezamos". Juan el piconero, no el propietario de la finca, prende la bulaga. Momento mágico. El fuego.

"Poquito a poco, deja que respire la candela". "El viento es poniente, es bueno, suave". "La leña está verde, lo suyo habría sido cortarla y dejarla secar tres o cuatro días". "Primero echa la seca y luego la verde, hombre". "Ya está arrancando, echa ahora lo gordo, que si lo echas al final se te queda crudo". "Ya va tirando, échale lo seco en lo alto que es donde el viento tira de la candela". "Hazle una buena base de gordo". "El lentisco es más lento que la mar". "Muy alegre no está ese fuego". "Espera que se ponga alegre, entonces ni te acerques". "Las pavesas que caen queman, hacen agujeros en el jersey". Un géiser de fuego nace de la entraña del lentisco, las hojas del lentisco arden y se transforman en pavesas que el viento lleva con el humo en una cuadrilla migratoria. "Cuidado con las pavesas". "Bueno, que salgamos uno o dos chamuscados, pero no seamos tan carajotes de quemarnos todos, poneos al lado contrario del viento". El crepitar es ensordecedor. "Venga, venga, ahora es cuando vienen los toreros, hay que acercarse". "Arremete esos bigotes". Carlos se aproxima a la hoguera que desprende una temperatura solar.

"El picón tiene su técnica -explica Juan el piconero-, hay que evitar que el lentisco se haga ceniza, pero no se puede quedar crudo ni pasarte con el agua , que empapas y luego, al encenderlo, produce humo. Hacer buen picón no es sencillo".

Carlos, el hijo de Octavio, una institución en Alcalá que acaba de cumplir 86 años y que en su juventud era conocido por sus capacidad hercúlea de transportar sacos de carbón de más de cien kilos, refrigerar la pira. Mientras, exploramos con Juan la flora. Nos señala un carrasqueño, que es un acebuche infantil que se camufla de arbusto para protegerse de los animales. Es un árbol, ilustra, que se disfraza de lo que no es por supervivencia. Juan es un hombre de monte, tiene 50 años y grandes manos. Ha trabajado toda su vida. No, no es exacto. Hace tres años fue la útlima vez que tuvo peonadas continuadas. Una empresa lo contrató cinco meses pa limpiar el monte bajo el tendido eléctrico. Desde entonces, todo decayó hasta caer en la nada. El monte está sucio. No hay dinero para limpiarlo. Algún día arderá como arde el lentisco. Juan tiene hijos y nietos. Todos viven en la misma casa. "¿De qué vives?. "De la caridad, de mis padres, de algún saco de picón". Comabte las lágrimas. No hay ningún ingreso en casa, el monte no da peonadas. Se humedece el rescoldo de la fogata. Árboles disfrazados de arbustos. Zumban en todo el monte las sierras mecánicas.

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