Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Provincia de Cádiz

Informe de la descomposición

  • Entramos en lo que queda del emblemático hotel Caballo Blanco de El Puerto, en Valdelagrana, víctima de una paulatina demolición vandálica tras años de abandono

Pasen y vean. Crucen la verja herrumbrosa -está abierta- y adéntrense en este lugar cargado de recuerdos y maleza, una joya del turismo provincial que en 1962 fue inaugurado por el mimísimo obispo Tomás Gutiérrez con su báculo, acompañado por el alcalde, Luis Portillo, cuando la playa y los pinares de Valdelagrana eran vírgenes. Fueron recibidos por José Melía Sinisterra en persona, habitual del círculo de Francisco Franco y socio del mago de El Pardo, José María Sanchiz, que administraba las propiedades del general. Qué gran día aquel día en que quedaban bendecidos estos 30.000 metros cuadrados de escombros y que ofrecían habitaciones con baño privado, teléfono, aire acondicionado y una piscina iluminada. Se leyeron unas cuatrtillas enviadas por José María Pemán, el poeta del régimen. Luego hubo una fiesta flamenca. Ahora iremos a la piscina iluminada, no tengan prisa, pero primero -cuidado con las trampas para elefantes bajo los ramajes, no vayan a meter una pierna en un husillo escondido-, giren a la derecha. Visitemos el vestíbulo.

Bienvenidos. Todavía se puede adivinar en la puerta el 'bienvenidos'. Se pueden adivinar tantas cosas bajo las montañas de auriculares de teléfonos y los reflejos de los cristales estallados... Este vestíbulo ha recibido a príncipes -ahora reyes-, toreros y futbolistas, los que venían al trofeo Carranza. En eso que queda de barra, junto a la pared en la que se puede leer 'bitches never die', se acodaba Ortiz de Mendibil y compartía un vinillo con Zoco. Si venía alguien famoso en los 60 y los 70, a dónde iba a venir sino al Caballo Blanco, el hotel con más estilo de toda la provincia.

Muchas de esas historias las podía contar en este despacho donde están reventados los archivadores y hay toneladas de papeles de papeleo, de pedidos expedidos, alfombrando la demolición, José Manuel Anguiano, el último director, una institución, que en octubre de 2006 echó el cerrojo del establecimiento con la promesa de que sería reconstruido por la empresa Aicosur, formada por las promotoras Comunidades del Sur y Hogarsur.

Aicosur dijo haremos en la parte del pinar en desuso más habitaciones, hasta 305, haremos que nos den otra estrella y tendremos cinco, tiraremos la parte antigua del hotel, pondremos mejores spas y una zona comercial. Resucitaremos el Caballo Blanco para recuperar aquellos tiempos en que teníamos de huéspedes a Julio Iglesias, Rocío Jurado, Camilo Sesto... El arquitecto Juan Manuel Sánchez del Pozo hizo un proyecto que conllevaría una inversión entre 20 y 23 millones de euros. Se crearían más de 80 puestos de trabajo. El Ayuntamiento puso pegas y, entretanto, reventó la burbuja y los bancos cerraron sus cajas de caudales. Hace dos semanas Aicosur entró en proceso concursal, pero el Caballo Blanco no estaba entre sus propiedades para no interferir las negociaciones con el Banco Popular. Dentro de poco, todo esto, estos 30.000 metros cuadrados, serán propiedad de un banco. De modo que un día Anguiano echó el cerrrojo, dijo que esperemos que sea para mejor y el hotel nunca más volvió a abrir sus puertas.

O sí, mejor dicho. Nunca sus puertas han estado tan abiertas. Durante los primeros años de abandono los indigentes encontraron un albergue de lujo en el caballo blanco fantasma. Ardieron habitaciones, se saquearon las camas, se despanzurró el mobiliario, se robó el hierro de las barandas, el cobre de los cables... Ahora no queda nada. No queda nada ni que robar ni que destrozar. Y, de hecho, ya no vienen los transeúntes a pasar la noche porque es inhabitable incluso para los sintecho. No hay restos de parrandas, lo más alguna litrona suelta, latas de coca cola, bolsas de McDonalds. Por no haber no hay ni condones usados en el suelo. Ni para eso sirve el nuevo caballo blanco muerto. Es un cuerpo en descomposición a la luz del día, alojado entre una avenida y una calle de chalés, calle Jaén, donde se han abierto diez metros de tapia como una herida que supura a la calle, a la ciudad ordenada de las rutinas. El Caballo Blanco también tiene su rutina. Una rutina de pudrición.

Esa rutina se podía ver en las redes sociales, ya se sabe. Se trata de una grabación con dos entregas. La primera: cuatro jóvenes procedentes de la playa de Valdelagrana acceden al interior del hotel, cámara en mano, y la emprenden a golpes con todo lo que encuentran a su paso, partiendo cristales, tirando puertas, rompiendo espejos y aporreando con los nudillos el techo de escayola. Exploran las habitaciones con espíritu destructor hasta que llega la hora de volver a casa. Segunda entrega: En el apeadero de la estación de Valdelagrana narran a la cámara el resumen de su hazaña.

El mejor lugar para sus celebraciones, para sus bodas, bautizos y comuniones, es este salón diáfano, tan luminoso que parece arrasado por una manada de rinocerontes. Por dónde empezar a contar. Es que no hay nada que contar. Lo que hay está roto. Ese ordenador IBM del año de la polca, boca abajo, es una cabeza hueca, una carcasa. Por allí la cocina, la estructura de una cocina. Sobre algunos de estos ladrillos pulverizados debieron existir fogones, sartenes y peroles que significaron el premio de gastronomía navideña concedido por la asociación de belenistas de Sevilla en 1968, según se adivina en este modesto reconocimiento que ha sobrevivido al naufragio en forma de galardón de yeso.

Atravesemos este pasillo, largo pasillo, el que conduce de la habitación 123 a la 135. Lo que queda de las conducciones que se escondían en la escayola del techo está al descubierto. La escayola está en el suelo troceada en miles de formas geométricas. Caminamos sobre astillas de cristal y cascotes, pero pisamos historia, no me digan que no.

En la habitación 127, como un guiño del espíritu del hotel, descansa una hoja de periódico fechada en 1999, en un buen estado sorprendente. Lo que está impreso es un anuncio del hotel Meliá Caballo Blanco, ideal para tu luna de miel, y una pareja de novios, ella de resplandenciente blanco anaranjado por el tiempo, posa sonriente ante la piscina iluminada. Ahora iremos a la piscina, pero antes lean un poco más sobre el hotel: establecimiento emblemático, recientes innovaciones, carismático hotel. Todo eso se puede leer en esta hoja de periódico superviviente.

Cuidado, no tropiecen con ese bidón de plástico. Otro grafiti en la habitación 128: puta España, puso alguien. En la habitación 129 mejor no entramos. Está negra como el tizón. Se quemó entera en algún momento. Un cerillazo y pum, fin de la 129. Una insignificancia en este ejercicio de la paulatina destrucción.

Allí, los bungalows, los más antiguos, con juegos infantiles diabólicos. Alguien ha pintado la puerta con los números 666, los del demonio. Ideas para un juego de rol al que ha debido jugar Ibra Yasim porque ha dejado decenas de paredes firmadas con su nombre. Este era el área de los columpios. No queda ninguno. Hay una cruz en el suelo, entre el follaje seco, como un símbolo rúnico, fabricada con un elemento espumoso, desconocido, galáctico. Luego está la piscina, no la iluminada, sino la de niños. Cuatro pedruscos la habitan.

La víctima de todo esto es el vecino, el propietario de Pianissimo. Como no hay nada que rapiñar en el hotel, le rapiñan a él. Sólo hay que cruzar lo que fue el parking. Nadie les ve en la noche. A los rapiñadores, digo.

Y llegamos a la piscina, la piscina iluminada. En esta particular reedición de El Resplandor en versión terminal uno puede figurarse los fantasmas de aquellas fiestas, de aquellas noches de El Puerto con orquesta, cervezas y barbacoas del bar exterior El Galeón. La piscina iluminada rebosa de vegetación momificada flotando sobre un limo de agua de lluvia de color óxido.

El Ayuntamiento dice observar este deterioro impotente. Todavía, dicen, existe un inversor que pudiera hacer viable un proyecto, pero sólo hotelero, con lo que de nada serviría todo el papeleo realizado hasta ahora y dar marcha atrás no es tan fácil cuando de lo que hablamos es de burocracia. La burocracia del urbanismo funerario.

El silencio se aloja en este hotel. El viejo, lujoso, emblemático y carismático hotel Caballo Blanco. El que vio pasar príncipes -hoy reyes- toreros y futbolistas. Qué hotel aquél.

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