Provincia de Cádiz

Accidente de avión en el Báltico: Los Griesemann, unos alemanes muy gaditanos

Vivienda en Zahara de los Grisemann.

Vivienda en Zahara de los Grisemann. / Julio González

Karl-Peter Griesemann se enamoró de la provincia de Cádiz en los 80 y hasta el momento de su muerte en un trágico accidente aéreo aprovechó cualquier ocasión para pasar tiempo en su magnífica casa situada en Atlanterra, casi en lo más alto de la bellísima ladera que cobija la playa de los Alemanes. Allí, en la finca bautizada como Hoyo del Toro, hoy todo es silencio.

Karl-Peter, de 72 años, perdió la vida este domingo junto a su esposa, Juliane, de 69, su hija Lisa, de 27 y el novio de esta, Paul Föllmer de 26. Su hijo George, que se había hecho cargo de la dirección de la compañía, esperaba el vuelo que había partido de Jerez, en Colonia, su lugar de residencia.

La noticia del accidente en el Báltico fue recibida con consternación en la zona. Un vecino de los Griesemann comentaba a este medio que el mismo domingo saludó a Lisa poco antes de iniciar el viaje mortal hacia Alemania. “El matrimonio venía con asiduidad pero la hija vivía aquí prácticamente todo el año. El domingo fue el jardinero quien los llevó hasta el aeropuerto de Jerez y después ya sabemos la desgracia que ha ocurrido”, relataba amablemente.

Vivienda de los Grisemann en Atlanterra. Vivienda de los Grisemann en Atlanterra.

Vivienda de los Grisemann en Atlanterra. / Julio González

La familia Griesemann llegó a Zahara en los 80 y desde el principio encajó en la zona, haciendo amistades y dejándose ver en establecimientos emblemáticos de la localidad como el hotel restaurante Antonio, donde esta mañana nos reconocían que “solían venir mucho en los años 90. Buenas personas. Ahora hacía tiempo que no los veíamos por aquí pero la noticia de su fallecimiento nos ha provocado mucha tristeza. Han tenido muy mala suerte”, comentaban en la recepción del hotel.

En el núcleo urbano de Zahara la noticia del accidente aéreo centraba buena parte de las conversaciones entre quienes conocían a los fallecidos. Algún vecino afirmaba que Lisa era una gran amante de los caballos y que le gustaba practicar la hípica en dehesas de la provincia. Una tierra que amaba y que por desgracia no podrá volver a pisar.

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