4-D, la transición pacífica de un pueblo
Tribuna libre
El autor explica cómo se gestaron las históricas y masivas manifestaciones del 4 de diciembre de 1977 para exigir la autonomía para Andalucía y también cómo el PSOE supo aglutinar ese sentimiento
"En Andalucía jamás hubo un sentimiento nacionalista, era una conciencia de marginación, de rabia"
Una de las cuestiones más importantes y problemáticas a las que se enfrentó la Transición fue el diseño de la política territorial del Estado. La vertebración de España con sus regiones y las peticiones diferenciales de las llamadas comunidades históricas, la oposición de los partidos provenientes del régimen anterior y las reclamaciones históricas de los partidos de izquierda, entre otros aspectos, hacían muy difícil la creación de un marco político que pusiera de acuerdo a todos sobre la definición del modelo territorial. El presidente Suárez creía prioritario solucionar los estatutos autonómicos del País Vasco y de Cataluña y pausar las peticiones de las demás regiones, que se debían encauzar por el artículo 143.
Mientras los partidos conservadores no se mostraban accesibles a abordar la cuestión, el PSOE en principio estaba en el discurso de doble nacionalidades, es decir, País Vasco, Cataluña y Galicia como históricas y las demás entrarían en un posterior proceso de descentralización. Esto se quiebra porque Andalucía no lo acepta con Rafael Escuredo al frente, y en contra del criterio de la dirección federal, que en principio quería nacionalidades y regiones. Pero la ejecutiva del PSOE en Madrid lo que quería era solucionar el problema existente en España, no crear más problemas.
Andalucía inició un camino muy fuerte con las diputaciones y los ayuntamientos, y ahí Escuredo jugó un papel primordial. El problema era que no se había resuelto la situación para Andalucía y el surgimiento de un partido nacionalista era una complicación para los proyectos de un PSOE que era hegemónico en Andalucía pero que temía que pudiera suceder como en Cataluña y País Vasco, es decir, que dominara Andalucía un partido nacionalista. Escuredo apostó por un discurso andalucista.
En una entrevista inédita realizada a José Rodríguez de la Borbolla, este declaró que “el 4 de diciembre fue un montaje solamente político”. Es cierto que la gente estaba movilizada, como las manifestaciones obreras en el Marco de Jerez de los años 50 o las movilizaciones en las empresas de locomoción y siderúrgicas del año 68. Todas estas reclamaciones obreras por sus derechos constituyeron una clara manifestación del reclamo de una nueva cultura para el mundo obrero de Andalucía, pero el movimiento fue político. Las movilizaciones obreras y del campo estuvieron influenciadas por el sindicato clandestino CCOO y organizaciones cristianas como la HOAC y JOC, que aparecieron en Andalucía sobre el año 1962. Pero el marco discursivo de estas organizaciones estaba influenciado por el PCE, que desde la clandestinidad trataba de dirigir la oposición al franquismo.
Las movilizaciones en Andalucía no fueron por una reivindicación identitaria. Fue una movilización social, no existía una burguesía de sentimiento nacionalista como en Cataluña, nunca ha habido una conciencia nacionalista. Nadie sabía cómo había sido el pasado andaluz, ni se conocía a Blas Infante, ni a la bandera blanca y verde. Lo que existía era una conciencia de rabia, de marginación, de subdesarrollo, y aquí se enfocó el discurso que hizo el PSOE: “El orgullo de ser andaluz”.
Asimismo, la idea de ‘somos distintos porque hemos aglutinado todas las culturas’ estaba en todos los discursos. En definitiva, se trataba de una identidad orgullosa de sí misma. Fernando de los Ríos decía que los andaluces eran un pueblo aparentemente analfabeto, pero enormemente culto. Pero existía un sentimiento de atraso económico, una conciencia de que era el momento para hacer que Andalucía tuviese los mismos derechos que las demás comunidades, las mismas oportunidades. Como dijo Rafael Escuredo, “Andalucía no quería ser más que nadie, pero tampoco menos que nadie”, mientras que Alfonso Guerra dijo que Andalucía “sí tiene un sentimiento de marginación”.
Mientras, los problemas sociales y laborales hacían avanzar las movilizaciones de obreros convocados por los sindicatos UGT y CCOO, que convocaron paros el día 20 de junio de 1978. 500.000 trabajadores reclamaban soluciones urgentes contra el desempleo, que ya creaba situaciones angustiosas de pobreza. En Cádiz hubo paros en el campo, en la zona industrial del Campo de Gibraltar, en el transporte... se produjeron un total de 14 manifestaciones.
Andalucía iba en paralelo con el Estatuto catalán, pero la autonomía andaluza ocasionaba una especial preocupación en Felipe González y Rodríguez de la Borbolla. Ambos políticos conocían el Mezzogiorno (sur de Italia), donde se había hecho una reforma agraria que había sido un fracaso. Se sabía que las regiones ricas vivían a costa de las regiones pobres. Y esto les preocupaba e influyó para la creación de la autonomía de Andalucía. Los socialistas empezaron a movilizar a la gente y a tener presencia en todos los pueblos. Sus lemas eran “Un gran partido para un gran pueblo” y “El gran partido para los andaluces”. Este era, principalmente, el marco políticos del PSOE para liderar Andalucía.
Las regiones empezaron a movilizarse pidiendo su autonomía. El 11 de noviembre de 1977 se hizo la Diada de Cataluña con 1,2 millones de personas. Más tarde, el 9 de octubre, se movilizó Valencia con 600.000 personas. Viendo el éxito obtenido en Valencia, en la ejecutiva del PSOE, concretamente Rodríguez de la Borbolla y Alfonso Guerra, se preguntaron por qué Andalucía no hacía su manifestación. Con este propósito los socialistas empezaron a movilizar a los demás partidos políticos de la región. El 11 de octubre de 1977 se celebró la primera reunión entre Rodríguez de la Borbolla y Antonio Zoido, secretario general del Partido del Trabajo de España (PTE), y Tomás Iglesias. En el orden del día se habló de la organización de la manifestación, y de la invitación a los órganos preautonómicos, parlamentarios y otras fuerzas políticas. Se propuso un órgano consultivo asesor, partidos a invitar, avances hacia la autonomía provisional, sobre la invitación a las asociaciones vecinales, la Unión de Agricultores y Ganaderos de Andalucía (Uaga), los sindicatos y se estableció una fecha y hora probable de la manifestación en las ocho capitales andaluzas. Después se citó, uno a uno, a PCE, PSA, UCD y AP y así se fue elaborando la manifestación del 4-D. Finalmente, fueron once los partidos que se sumaron a la convocatoria, y el 12 de octubre la Asamblea de Parlamentarios en Torremolinos aprobó la manifestación.
El 4-D superó todas las expectativas: más de un millón y medio de andaluces de todas las clases sociales, de todas las edades, salieron a la calle para manifestarse. Inesperada, sorpresiva, ilusionante, una expresión de libertad que fue el inicio para que tres años más tarde se consiguiera la autonomía. No fue una manifestación étnica, ni partidista, ni separatista. Fue la manifestación más multitudinaria desde la II República que pedía igualdad con los demás territorios de España. “Ni más que nadie, ni menos que nadie”. Andalucía quería salir de la pobreza, de la marginación, de la invisibilidad y por eso quería su autogobierno, pero siempre dentro de España. El 4-D Andalucía se ganó el derecho a ser escuchada, a decidir su propio futuro en igualdad con otros territorios de España. El 4-D queda señalado para la historia de Andalucía. El PSOE había sabido interpretar los deseos de los andaluces de ser iguales que las comunidades llamadas históricas y, además, el 4-D fue el día en el que el PSOE empezó a convertirse en “el gran partido de los andaluces”.
Al frente de la manifestación de cada provincia iban sus parlamentarios portando una gran bandera andaluza, y al final de la manifestación se leyó un comunicado por el representante electo del partido más votado en la provincia, previamente pactado por todos los partidos convocantes.
Fue una jornada festiva enlutada al final por el triste asesinato del joven malagueño Manuel José García Caparrós, al que una bala sin sentido le quitó la vida.
Todos los partidos políticos mostraron su alegría por el desarrollo de esta manifestación. Merece destacar las adhesiones, en un comunicado, que llegaron desde Cataluña, donde se sentían solidarios con la celebración del Día del País Andaluz. 16 partidos políticos y organizaciones sindicales firmaban el siguiente manifiesto: “Nos adherimos a la celebración del Día del País Andaluz, que tendrá lugar el 4 de diciembre, y que estamos seguros representará un paso muy importante hacia el reconocimiento de la identidad colectiva del pueblo de Andalucía. Al transmitir esta adhesión, estamos firmemente convencidos de que interpretamos la voluntad ampliamente mayoritaria del pueblo de Cataluña, solidario de las justas reivindicaciones de todos los pueblos del Estado español”.
La petición de autonomía para Andalucía también tuvo repercusión fuera de nuestra región. En Barcelona, “cerca de 200.000 personas con banderas verdiblancas se concentraron al mediodía para pedir la autonomía para Andalucía”. Hubo gritos de “Autonomía para Andalucía” y “Andalucía y Cataluña juntas jamás serán vencidas”. Hicieron uso de la palabra varios políticos dejando claro que Cataluña y Andalucía deben caminar juntas por el mismo camino para conseguir sus regímenes autonómicos. Posteriormente, la Agrupación de Socialistas Andaluces en Cataluña se entrevistó con Tarradellas, que manifestó su “deseo de unión entre Cataluña y Andalucía”. Es evidente que Tarradellas no era partidario de la igualdad de autonomías para todos, pero se vio obligado a ceder, en otoño del 1977, ante la presión del presidente Adolfo Suárez y a cambio de llegar a un acuerdo para restaurar todas las instituciones históricas catalanas e implantar un régimen transitorio de la Generalitat catalana. Decía Tarradellas que un sistema de autonomías generalizadas “conduce al federalismo, pero un federalismo distinto al que desearíamos los catalanes. Siempre he creído que no son posibles más de una o dos autonomías en España”.
Suárez era partidario, y así se lo dijo a Tarradellas, de ofrecer las autonomías a todas las regiones españolas, cada una con sus peculiaridades históricas y sociológicas, pero sin que las formas de estas hayan de ser iguales y siempre dentro de la irrenunciable unidad de España. Tarradellas estaba totalmente de acuerdo con este modelo autonómico del presidente Suárez. Por consiguiente, se puede asegurar que él facilitó la división territorial del Estado español al no oponerse a que las demás regiones tuvieran su autogobierno, aunque de una manera diferente a la Generalitat. Hubo una importante declaración del profesor de la Universidad de Barcelona José Acosta Sánchez: “Cataluña era en aquellos momentos la síntesis de todos los pueblos de España. Los votos de los andaluces están ayudando a levantar la democracia y la autonomía de Cataluña. Sé que cuando Cataluña haya recuperado totalmente su autonomía apoyará resueltamente a Andalucía para conseguir la suya”.
Evidentemente, esto no se dio. Las comunidades históricas vieron con muchas reticencias que otras comunidades pudieran acceder al autogobierno en las mismas condiciones que ellas. La vertebración de España fue una de las mayores preocupaciones de la política de la Transición.
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