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Gran Premio de España

El otoño cae en abril

  • No fue casualidad que lo que más se vendiese en el Circuito fueran chubasqueros

Hubo un momento, a media mañana, en que cualquiera se hubiese creído que el Gran Premio de Jerez se celebraba en noviembre. Nubarrones negros sobre el horizonte, paraguas, impermeables...no era difícil entroncar el Circuito de Jerez con el de Silverstone.  Siempre tuvo la ciudad un punto british en su código genético y ayer lo sacó a la luz.

No es casualidad que lo que más se despachara durante todo lo que duró el Gran Premio de Jerez fueran chubasqueros y paraguas. Si la pueba de ayer hubiese sido de Fórmula 1 a nadie le hubiese extrañado que se vendiesen gabardinas, por aquello del turismo clasista que envuelve el mundo de las cuatro ruedas.

Aunque no fue un día el de ayer tan desabrido como el del viernes, la fiesta en la zona pelousse se tornó más tranquila y sosegada que en otras ediciones del Gran Premio. Los aficionados que se dan cita en la zona que va entre Peluqui y Nieto no se andan con medias tintas. Quieren diluvio o bochorno, pero no un tiempo que no se atreve enérgicamente a irrumpir. Para un motero que visitase por primera vez el trazado jerezano fue como estar en un circuito inglés pero sin té de las cinco.

Tampoco contribuyó a animar el cotarro el resultado deportivo del Gran Premio. Ni triplete, ni tracas, ni caballitos, ni chapuzones eufóricos improvisados. Sólo Espargaró contribuyó a anotarse el apunte optimista en clave deportiva. No obstante, lo importante es que Jerez cumplió. Y eso ya es mucho.

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