Elecciones

Churros electorales

  • El barrio de La Viña de Cádiz, el mayor caladero de votos de Podemos en Andalucía, es un reducto de analistas políticos en cada puesto del rastrillo Teresa Rodríguez es jaleada como una estrella de cine

En lo que se conoce como Los Callejones, clavado junto al barrio más castizo de Cádiz, el de La Viña, que en realidad son sólo dos callejones, no hay ni un solo cartel de PP y PSOE. Gobiernan los rostros de Pablo Iglesias y Alberto Garzón en las paredes desgastadas que alternan comercios cerrados con establecimientos sin ambiciones. Estamos en el mayor caladero de votos de Podemos en Andalucía, donde los cálculos apuntan -no hay cifras exactas, sólo estimaciones- a que casi un 60% de la población carece de un trabajo estable, donde se enseñorea la economía sumergida de los buscavidas, donde el Carnaval burbujea, donde hay una palabra que se escucha mucho: paguita. Aquí, en este barrio de callejuelas, vive el alcalde de Cádiz, José María González, con su compañera, la líder de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez.

Donde todo se compra y se vende, junto al mercado, en el rastrillo de los domingos, ha empezado la campaña de Navidad. En los puestecitos hay una gran oferta de juguetes viejos. Se puede encontrar a buen precio un Ibertren usados, un scalextric de circuito cero, cromos de la temporada de la década de los 90, puzles de Educa y "el auténtico sombrero mexicano". "Yo voy a botar encima de la cama", se define el vendedor del chándal rojo con una leyenda de la CCCP. El de al lado, que tiene candelabros, cachivaces y ordenadores de primera generación, le avisa: "Si no votas, le das el voto al que más votos saque". "Y eso es malo". "Eso es malo, claro, no son los nuestros". "¿Y quiénes son los nuestros?". "Siempre son los que no ganan". Enfrente hay un puesto donde se vende un disco de vinilo del White Christmas cantado por Bing Crosby: "¿Qué más da? Que nos dejen votar en Alemania. Si aquí siempre gana la Merkel".

A unos pocos metros, en el edificio de Correos, hay revuelo porque ya ha llegado el alcalde de la ciudad con Teresa Rodríguez. El look de los numerosos apoderados de este colegio electoral es morado de cabeza a los pies. Ellas llevan los labios pintados de morado con un pintalabios que encontraron en Gibraltar, cuentan. Las fundas de los móviles, las carpetas, los jerséis... Morado es su color. "Estoy de los nervios", confiesa una de ellas. El parlamentario andaluz Jesús Rodríguez hace un gesto con la mano en el pecho como si el corazón se le saliera. Luego se pone muy serio ante las cámaras y habla con sentimiento: "Que esta ciudad sea el símbolo del cambio".

Entran todo juntos a votar y el salón de Correos se llena de la marea morada ante la mirada aburrida del apoderado de Ciudadanos, que, para contrarrestar, lleva un grueso homenaje artersanal al punto de arroz de color naranja. Ofrece calidez, por no decir calor.

Dentro del colegio electoral hay una monja votando junto al lugar de recogida de paquetes, lo que sorprende a uno de los de la comitiva: "Pensaba que lo de las monjas votando era una cosa de los fotógrafos". "Qué va, siempre hay una monja votando, a cualquier hora del día", le contesta otro con absoluta convicción.

La jornada iba tranquila, afirman los sufridos voluntarios de las mesas electorales, hasta que se produce el revuelo con la líder regional. A su lado, el alcalde. Al lado del alcalde, una mujer ya entrada de largo en los 50 que no sabe cómo va eso del Senado y las crucecitas. "Hace tanto que no voto...". Un hipster de jersey morado le ayuda amablemente en el mecanismo. "Es que no quisiera equivocarme", se justifica la votante. Mientras, en la mesa se forma un pequeño follón acerca de si la líder de Podemos en Andalucía vota en una mesa o en otra. Los nervios del directo.

Fuera crece una nueva tertulia, esta vez de pensionistas. La solución al país es sencilla, ellos la tienen: "Más patas de jamón y más bocadillos". "No sé, yo le di el otro día al cajero y no había ...". "Será que te lo has gastao". "Si no hayque gastar, se lo quedan ellos todo".

El alcalde aprovecha el barullo de la prensa, que fusila con las cámaras a Teresa Rodríguez. Las cámaras forman el pelotón y ella saca a pasear su mejor sonrisa. El discurso es el conocido. Como Kichi se lo sabe no tiene problema en hacer cola con su hijo en el puesto de churros que es tradición del lugar. La espera se le hace amena porque los del barrio se le acercan a decirle algo. Él sonríe y sonríe, a unos y a otros, escucha y, con el rabillo del ojo, mira cuánto le queda para acabar la interminable cola. Al ser su turno, no quedan churros y el churrero le da al chico unos pocos restos de la última rueda. Al alcalde en el barrio le gritan "sí podemos", pero el chico del alcalde mira los restos de los churros con cierta decepción.

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