Presupuestos 2014

Seguimos a dieta, quizá ya sin llorar

  • Los PGE de 2014 prometen no aumentar el déficit sin subir los impuestos y sin devorar los gastos, salvo el nuevo recurso a bajar salarios públicos y liquidar las obras públicas.

Un presupuesto es un modelo, y también un plan. Es un modelo, una representación de la realidad. Mejor dicho, de la realidad deseada para el año próximo, en el caso de los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Debe exigirse a este modelo que no confunda, sin embargo, los deseos con la realidad, confusión típicamente humana, que a veces cursa con artero maquillaje de lo posible. Un presupuesto es también un plan -objetivos y medios- con sus cifras de ingresos y gastos, y las relaciones entre ellas. Hoy en día, confiada la política monetaria a Fráncfort, los presupuestos son la visión voluntarista y estratégica de las grandes cifras macroeconómicas -el llamado Cuadro Macroeconómico- y sus relaciones. Según este enjundioso cuadro, gracias a los PGE 2014 y a su benéfica relación con la revitalización de otras variables económicas, España va a empezar a crecer de nuevo, poquito a poco, igual que va a crecer el consumo privado y la inversión política fiscal, la única política económica posible para el Gobierno, entendido el término fiscal no sólo como tributario o de la gestión de impuestos -que también-, sino en su acepción amplia de previsión de los ingresos y gastos públicos. El paro se va a contener e incluso va a menguar, pronostica el Gobierno, y la inflación crecerá un poco por la alegría del consumo privado desentumecido. Los PGE 2014 han sido presentados con optimismo más o menos contenido por el trío pretoriano de Rajoy: Sáenz de Santamaría, De Guindos y Montoro. Particularmente, a De Guindos se le vio ayer muy optimista, como sinceramente contento, no con la poco creíble sonrisa con la que se ha paseado por el país y por los foros comunitarios en los últimos años. Pero, en fin, síntomas aparte, vayamos a los datos, a los buenos propósitos y las esperanzadoras previsiones. Menos por menos más: recesión, vade retro... luego creceremos. Eso parecen decirnos; sin el soniquete del vendedor de crecepelo, eso sí.

De Guindos confía que con estos presupuestos, y a la vista de las tendencias más o menos perceptibles, se producirá "creación neta" de empleo en el año por venir. O sea, la tasa de paro seguirá siendo de campeonato (25,9%: afinan al decimal las hojas de cálculo, pero no crecerá y bajará un poco con respecto a la de 2013 (26,6%). No importa que el crecimiento previsto del PIB sea de un algo escuálido -algo es algo, nunca mejor dicho; y hasta mucho- del 0,7%, que como todo el mundo sabe es una tasa que ni se acerca a ese 2% que los creyentes en los automatismos algebraicos de las grandes macromagnitudes consideran mínimo para empezar a crear empleo. Pero es posible que sea así, claro. La nueva normativa laboral tarde o temprano dará sus frutos en forma de nuevos empleos con salarios muy bajo y de minijobs. Con esta última figura, por ejemplo, Alemania ostenta cifras de desempleo envidiables. Hay que empezar a aceptar que el mileurismo, del que nos quejábamos hace pocos años como casi inhumano, será una categoría salarial que pocos jóvenes alcanzarán. Y eso será estructural, no coyuntural. Encogemos.

Dentro de las partidas de gasto de los PGE 2014, una consideración cero es pertinente: a pesar de la política de recortes y de austeridad, el gasto público estatal crece si lo medimos como porcentaje del PIB (otro tanto cabe decir de las autonomías, casi sin excepción). El PIB ha ido cayendo en los cuatro últimos años dolorosamente, pero el gasto se ha resistido a caer más que proporcionalmente; de hecho ha evolucionado al contrario, hasta llegar casi a la mitad del PIB: mucho. Para mantener el equilibrio presupuestario y contener el déficit, la alternativa a los recortes de gasto e inversión públicos es generar mayores ingresos, lo cual es imposible con una economía deprimida. Salvo que se adopte otra política tributaria: mayores impuestos a las rentas más altas y a las grandes empresas, y lucha decidida contra el fraude fiscal, sobre todo el de las grandes fortunas. Así se ha hecho en muchos países nada sospechosos de izquierdistas ni de estar posesos por la avidez de la exacción a los ricos. La voluntad del Gobierno, sin embargo, es no elevar la presión fiscal de ninguna manera. O sea: den por hecho una todavía mayor presión fiscal por la vía directa o indirecta sobre las clase medias. Precisamente un porcentaje de ese segmento de paganinis son los empleados públicos, que van a ver congelado y, por tanto, erosionado su salario y su capacidad adquisitiva, de nuevo. La flamante presidenta andaluza, Susana Díaz, se quejaba -¿sinceramente?- ayer de este nuevo tajo a los que trabajan en lo público, que ella denominó con fina intención afectiva "clases medias trabajadoras". Está claro que el recurso más fácil dentro del cóctel recortador es éste, y el Gobierno no lo iba a dejar de utilizar, aunque nos intente convencer de que el recorte salarial público y la desindexación (véase: ya, por Ley, no se actualizarán más los salarios con la subida del IPC del año anterior) se van a compensar por una tibia inflación. Toda esta alquimia, claro, es opinable.

Hay medidas presupuestarias que sí mueven a cierta alegría, o al menos a aliviar el desconsuelo. Por ejemplo, tras haber mutilado de forma según muchos "suicida" las partidas públicas para estimular la innovación y el I+D+i, en estos presupuestos esa partida vuelva a crecer. Este rubro es poliédrico, así que ya veremos dónde se aplican esos fondos. Más triste es volver a ver caer la inversión del Estado en la muy nutritiva para el empleo obra pública. Parece que el complejo por los pecados anteriores condena a las infraestructuras y a la construcción civil a galeras. Por su parte, los intereses de la deuda pública se comen buena parte del gasto, mayor que el de todos los ministerios, ¡ojo al dato! Que la prima de riesgo se contenga es importante en este sentido, pero el síntoma es malo; el problema de la deuda es algo también estructural y crónico.

Estamos ante los presupuestos de la confirmación de que España se ajusta a la baja sin pausa, y el empleo y los salarios ya nunca volverán a parecerse los de hace una década. Encogemos, pero ya sin crepitar de dientes.

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