Opinión

La suerte de nacer músico y carnavalera

Lo verdaderamente importante, aunque todo lo es, no se me enfaden, suele ser lo que menos lo parece. La discreción, siempre parece que resta valor a algunas cosas, y eso precisamente ocurre con las traseras de los escenarios. Y no hablo de la tramoya, de los técnicos, del personal del teatro, que también. Voy un poco más al foco, aunque no lo parezca.

En el carnaval, como en la música, existe una especie de culto a los agudos. Parece que cuanto más tesitura abarque una voz, mejor canta. Y cantar poco tiene que ver con esa especie de virtuosismos. Al menos para mí. Cantar es transmitir, cantar te vacía por dentro porque estás dando todo de ti, estás expresando tu sentir a través de la música y eso, como cualquier acto sagrado, deja después un vacío. Cantar es transformarse y transformar. Porque cantar, como muchos otros rincones de la cultura, es una herramienta de transformación social. Y como tal, tiene una profundidad, que poco tiene que ver con los brillos, aunque eso sirva, a veces para atraer la atención, cual polillas hacia la luz.

Pero hay bases, sustentos de un grupo, que quizá no están en primer plano, pero si no estuvieran ahí, sentiríamos que falta algo. Y no, no faltaría algo. Faltaría una parte fundamental del todo.

Las voces segundas, las más graves, podrían compararse con los cimientos de un edificio. Pocas veces se valora ese lugar. Y se puede extrapolar a los instrumentos.

Ojalá que en Cádiz, que tenemos el gen del novelerío, pongamos de moda el valor del trabajo invisible de quienes abrazan la base de la melodía –en el carnaval “el tenor”– que es otro gran olvidado, y seamos capaces de transmitir a los que vienen a amar el carnaval, que ninguna pieza de las más brillantes, serían tal, si no existiera la base que las sujeta para ser admiradas. Que igual que las voces agudas dan un carácter más inmediato al timbre de un grupo, ni las primeras serían lo que son sin las segundas, ni lo contrario.

Vayamos un poco más allá. Ojalá sintiéramos la curiosidad suficiente como para entender cada estrato de una melodía, o si me apuran, de una agrupación.

Ojalá una mirada más verdadera respecto al carnaval, más artística y benévola que admire el trabajo de todo lo que supone empezar desde cero, cada año, una agrupación de carnaval.

Y una puesta en valor de estos imprescindibles que engrandecen y dan peso a un grupo desde el principio de los tiempos, cuando lo verdaderamente necesario, y lo único que exigen las bases del concurso a día de hoy desde la cantera, es que el repertorio esté cantado a dos voces, mínimo.

Y si sumamos colores que aportan, benditas sean sus gargantas, en todas las tesituras, las de todos y todas las que se encomiendan a Momo cada febrero para cantarle a Cádiz y a su historia, formando parte de ella.

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