Doña Cuaresma

Ni el agua los para

Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales”. Rememoraba a Machado mientras observaba desde mi cierro neoclásico con encajes blancos las calles mojadas. Se veía muy poca gente, salvo algunos pesados que iban en busca de agrupaciones a pesar de la que estaba cayendo. Mis plegarias habían dado sus frutos. La lluvia estaba destrozando el Domingo de Carnaval y mi felicidad tenía una doble vertiente. Por un lado, la suspensión en sí de los actos programados. Por otro, el lavado que la lluvia propiciaba en las calles, llevándose consigo la inmundicia que la noche anterior habían dejado gaditanos y forasteros. Me disponía a almorzar unos huevos cuajados en chícharos cuando escuché sonido de caja y bombo. “No puede ser”, pensé. En esos momentos algunos rayos de sol asomaban tímidamente. Esa fue la señal para que las hordas carnavalescas se lanzaran de nuevo a la calle. No en masa, porque aún entre esa tropa hay gente con cierta cabeza, pero sí lo suficiente para que la fiesta cateta regresara. Hasta salió la cabalgata, en un acto de imprudencia municipal a pesar de los partes meteorológicos. Se ve que Bruno y compañía quieren contentar también al populacho. No hay manera de que esta fiesta inmunda claudique. Tengo que reconocerle su fuerza y la devoción de sus fieles. Si estos miles de patanes fueran cofrades, tendría Cádiz la mejor Semana Santa del mundo. Pero Cádiz tiene la mala suerte de que sus fuerzas se gasten en el Carnaval. Ya queda menos.

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