Doña Cuaresma

Hostionada

Esta ciudad necesita una buena hostionada. Pero con h, no como la de ayer. Mucho pan ácimo consagrado y sangre redentora para purgar sus pecados antes de que la furia divina la reduzca a cenizas como si fuera una moderna Sodoma. Un año más me la han vuelto a jugar. Tras una noche inquieta me levanté temprano y me preparé para cumplir con el Señor cuando mi amiga Pura me dijo que la acompañara a la plaza de San Antonio porque había una hostionada. Un candor recorrió mis entrañas. ¡Aleluya!, grité henchida de emoción. Al fin han visto la luz estos pecadores, me dije. Treinta años llevo advirtiéndoles, intentando que recapaciten, que den la espalda al demonio de la carne, al pecado y las tentaciones, a las coplas cursis y pendencieras y acojan en su seno la fe verdadera. Nos acercamos hasta San Antonio y cuando vi a tanta gente haciendo cola ya empecé a escamarme. Sobre todo porque pensé que de dónde iban a sacar tantas hostias. Incluso fantaseé con la idea de ir al Rebaño de María a pedir los recortes de las hostias, que intuí los tendrían por kilos. Pero nada, mi gozo en un pozo. Al acercarme más vi que lo que estaban repartiendo eran ostiones y cerveza Cruzcampo, que los salmos brillaban por su ausencia y que los únicos angelitos que cantaban eran los de una chirigota viñera. Y dale con el cuplé. Y venga cuplés bordes y estribillos sin gracia. Y venga un grupo tras otro. Y yo huyendo despavorida. Ylo peor de todo es que vi a mi amiga Pura sonreír por lo bajini. Esta se la guardo. Lo juro.

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