Doña Cuaresma

Devoraos, hijos míos

No sé si será por masoquismo (a mis años) o por mera curiosidad del enemigo, pero este año reconozco que entre cabezada y cabezada estoy pegando mis alargadas orejas a eso que ahora llaman el COAC. Y, amigos míos, tengo que deciros que hay esperanza. Hay esperanza en que estos mamelucos se devoren entre sí. A ver, os resumo. En lo que llevamos de farsa carnavalesca he escuchado decir a una pandilla de muchachitas nuevas en esto que un director de no sé qué agrupación ha robado; otro ha llamado a los autores sinvergüenzas por dirigir su casa a su antojo; los hay que le dan caña al promotor musical que les contrata mordiendo la mano que les da de comer;he escuchado a grupos cantándose unos a otros, locos perdidos por las satánicas redes sociales. Afirman las crónicas que volvemos a los 80, pero entonces no existía una cosa que ahora llaman metacarnaval, que viene a ser como una orgía sangrienta en la que se despellejan mutuamente. Los hay, ya en el colmo del despropósito, que suben a cantar al escenario de ese teatro de venas coloradas sin disfrazar. Qué maravilla. Me relamo de gusto pensando que esto es el principio del fin. Porque, a ver criaturitas, digo yo, si el disfraz y la copla es la base de todo, y ya no sólo hay quien pasa del disfraz (el tipo le llaman ellos) sino que utiliza las coplas para ajustar cuentas con los rivales… ¿dónde está la gracia de Cadi? Auguro que mi triunfo está cercano. Seguid así y dentro de poco las nuevas generaciones fagocitarán todo por lo que tanto habéis luchado. Ojito que los nuevos vienen con pocas ideas… pero muy mala leche.

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