Doña Cuaresma

¡Agua va!

No, no he sido yo. Comprendo que algunos de mis queridos y fieles lectores estén pensando que ando detrás del lanzamiento de agua con lejía a agrupaciones callejeras en días pasados. Tengo la suerte de vivir en un sitio señorial en el que no cantan esos grupos de desalmados y desalmadas. Así que puedo descansar sin tener que aguantar bajo mi cierro neoclásico las rimas descaradas y procaces de mujeres y hombres sin pudor. Dicho esto, no seré yo la que critique que haya alguien, en justa reivindicación de su derecho al descanso, que arroje a estos atorrantes lo que le venga en gana. Ya sea agua con lejía, los restos de un puchero o el agua del fregado impregnada de Mistol. Es necesario que esta tropa entienda que no puede hacer lo que le da la gana a altas horas de la madrugada. Que hay gente que se levanta temprano para trabajar. Pero claro, este verbo no saben conjugarlo los integrantes de esas agrupaciones llamadas ilegales, adjetivo que lo clavó quien se las puso. Ahora se ponen muy dignos lamentando estos acontecimientos, pero no se ponen en el lugar de quienes tienen que madrugar y no pueden pegar ojo escuchando esas mamarrachadas en las voces de los y las tajarinas de turno. Menos mal que esto ya se acaba y en pocos días la ciudad volverá a lucir en su esplendor mientras suenan marchas procesionales, florecen los naranjos y el aroma del incienso impregna las calles. A nadie se le ocurrirá echar agua con lejía a un penitente o a un cargador aunque una banda pase por debajo de un balcón a una hora tardía. Los gaditanos de verdad saben distinguir entre una fiesta que mancha a Cádiz y otra que la dignifica.

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