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Síndrome expresivo 20
  • El pueblo siempre ha estado al margen de los dictados de la norma académica. Este espíritu de rebeldía nos ha dejado auténticas joyas en forma de palabras brotadas del alma popular.

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La etimología popular: La RAE ficha a mi madre

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Salón de plenos de la RAE

Desde siempre, ha existido una falsa concepción lingüística, orientada a menospreciar el papel del pueblo en la evolución del idioma. Así, el latín clásico se descompone por la incultura de unos plebeyos que pronunciaban a su manera las doctas palabras del imperio. Como consecuencia de este proceso corruptor, aparecieron las lenguas romances en Europa y se firmó el acta de defunción de un sistema de comunicación cultivado por los más insignes pensadores en la antigüedad.

Ya en España, las élites intelectuales han denostado con frecuencia la falta de cuidado del vulgo en el uso de la lengua. Parece como si todos aquellos cambios y novedades léxicas procedentes del exterior fueran la panacea, mientras que las huellas de la propia evolución por el intercambio diario en algunas zonas de la península fuera un rasgo de la barbarie del populacho. En este punto, merece la pena recordar la sentencia de un abatido Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873, cuando en una misiva descarnada y personal atacaba la condición levantisca de los españoles: “Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles”.

En el plano léxico, la RAE denuncia el escaso rigor de las clases humildes en la creación de palabras: “El fenómeno de la etimología popular es una interpretación espontánea que se da vulgarmente a una palabra relacionándola con otra de distinto origen. La relación así establecida puede originar cambios semánticos o provocar deformaciones fonéticas”.

Según se mire, puede que sí o puede que no. Por ejemplo, hoy en día nadie discute la lógica de la adaptación fonética del anglicismo meeting en la palabra española ‘mitin’; sin embargo, nos echamos las manos a la cabeza, cuando mi madre dice con todo el arte del mundo que le va a comprar a su nieta *unas andalias. Fíjate, querido lector: el pecado capital de esta señora es asociar el nombre del calzado al verbo ‘andar’. Condenemos su herejía en juicio público, pero reconozcamos al menos el sentido lógico y racional de su creación léxica.

Pese a quien le pese, el pueblo siempre ha estado al margen de los dictados de los garantes del buen gusto y de la norma académica. Este espíritu de rebeldía nos ha dejado auténticas joyas en forma de palabras brotadas del alma popular. Sin duda, la más preciada es la expresión “estar al liquindoi”. Imagínense que cualquiera de vosotros escucha en perfecto inglés la frase “look and do it”, acompañada de un dedo en el párpado derecho como símbolo de aviso. ¿Cuál sería la reacción natural? Lógicamente, el oyente aplica el sentido común y reproduce los sonidos a la española y, a partir de ahora, no vacila en advertir al vecino con un: “Niño, estate al liquindoi con ese, que tiene cara de ratero”.

Nacidos de este denostado mecanismo de formación de palabras, han anidado en nuestra lengua multitud de términos que hoy son empleados con naturalidad en diferentes situaciones cotidianas. Supongo que todos alguna vez hemos escuchado o leído la palabra *mondarina, en lugar de ‘mandarina’ por la imagen de “mondar una naranja”; hemos dado la razón a algún compañero de grada, cuando se desgañita reclamando un órsay o fuera de juego (adaptación aceptada en el diccionario académico, resultante de offside); hemos dibujado en nuestro rostro una sonrisa picarona, cuando en la mesa de al lado alguien está exaltando las bondades terapéuticas de un buen ‘kiki’ (del inglés quicky o rapidito) o nos hemos *destornillados de risa, en lugar del elegante ‘desternillarse’, al imaginar la hilarante situación descrita en un chiste bien narrado.

¿Se puede superar?

Este síndrome expresivo debe ser tratado desde dos puntos de vista. Por un lado, los lingüistas prescriben un tratamiento agresivo para aquellos hablantes que deforman las palabras sin creatividad. Me refiero a los vulgarismos sin más, como *canalones, *gomático, *telesférico. Por otro lado, no es saludable censurar todas las manifestaciones lingüísticas brotadas del ingenio innato, ya que las lenguas siempre han evolucionado en la comunicación oral. Así, los cambios son inherentes a los idiomas y, en ocasiones, los términos resultantes enriquecen y lucen los discursos.ç

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