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Negocio con historia

Una taberna centenaria con nombre de mujer

  • Julia Vital regenta en Sanlúcar desde hace casi 40 años la tasca que abrió su abuelo Manuel en 1919.

Julia Vital, detrás de la barra de la tasca centenaria que regenta desde hace cerca de 40 años en la calle Sebastián Elcano de Sanlúcar.

Julia Vital, detrás de la barra de la tasca centenaria que regenta desde hace cerca de 40 años en la calle Sebastián Elcano de Sanlúcar.

“¿Dónde está el jefe?”, bromea un cliente habitual. “Aquí no hay jefe. Hay jefa”. Julia Vital tiene 70 años y desde hace casi 40 regenta en Sanlúcar una taberna con más de un siglo de historia. La abrió en 1919 su abuelo Manuel, que estuvo al frente del negocio 37 años; continuó con la tasca su padre, Antonio, durante 26 años; y desde 1982 está detrás de la barra la Juli, como es conocida por la clientela.

Efectivamente, quien frecuenta este pequeño establecimiento ubicado en Sebastián Elcano, la calle que une la Cuesta del Ganado con la zona de El Cantillo, dice que va a “casa de la Juli” -“an cá la Juli”, en expresión sanluqueña-. Pero en sus orígenes esta tasca fue “la tienda de Higuerón”, lo cual tiene su explicación. Higuerón era el apodo de la familia por una higuera que tenía su bisabuelo en el campo. Esa denominación se perdió. “Yo he tenido más fuerza que todos los higuerones juntos y esta tienda de vino pasó a llevar mi nombre”, cuenta la Juli, que reconoce que es una mujer “con carácter”.

Soltera y sin hijos, esta sanluqueña vive sola en la misma finca, cuya fachada ha rehabilitado recientemente. En la puerta no hay ningún cartel, nunca ha hecho publicidad de su negocio y jamás ha recibido la visita de un medio de comunicación, salvo en una ocasión, hace ya muchos años, un equipo de Canal Sur Televisión que pasó por casualidad por allí, grabó algo y lo emitió. “Yo no lo vi, pero me lo dijeron”, recuerda la Juli. En el ámbito literario, sí queda constancia de su larga vida en el libro Los topógrafos. Sanlúcar, su anecdotario y sus personajes, del escritor sanluqueño José Luis Rangel.  

Con siete años ya andaba por la tasca. “A esa edad yo salía del colegio, despachaba en el ultramarinos que tenía mi familia puerta con puerta y acompañaba a mi padre al Consejo Regulador -del Marco de Jerez-. Mi padre no hacía casi nada sin mí. Como se suele decir, cada uno nace para una cosa y yo he nacido para esto”, asegura sonriente.

Le preguntamos por su jubilación. “Algún día me tendré que jubilar, pero yo tengo esto más que nada por sentirme viva”, confiesa. En cuanto al futuro de la taberna, dice que su historia se acabará con ella: “tengo tres sobrinos que viven en Sevilla y yo no quiero traspasarla porque es parte de mi casa”.

Abre diariamente a las diez y media de la mañana. Mientras hablamos con la Juli, van llegando los primeros parroquianos de su “clientela familiar”. Son poco más de las once. Piden un vaso, un cuarto o media botella de manzanilla; nadie, cerveza o cualquier otro, digamos, refrigerio. “El que menos tiene 50 años. Aquí no entra gente joven, de vez cuando una reunión de chavales, como los de la cofradía de La Dehesilla y algunos más, pero ya está. Son gente de campo, de la construcción, algún fontanero...”, nos comenta.

Con poco más de 30 años se hizo cargo del negocio y le decían que estaba loca. Que una mujer lleve tanto tiempo al mando de un establecimiento de estas características tiene su secreto y ella nos lo revela. “Yo al principio me encontré con muchas cosas, pero el que se rebelaba llegaba a la playa. Le he dado a cada uno la cara que necesitaba. Por encima de mí no pasa ni el Tren de la Costa, si yo no quiero. Me he tenido que plantar muchas veces. Ya no, porque todo el mundo me conoce. Esto es mío y aquí mando yo. Por eso no tengo cartel fuera. Al que no le guste lo que hay que se haga cuenta de que la puerta está cerrada”, sentencia.

No paran de entrar hombres en esta singular taberna: “mujeres no vienen muchas, pero también entran. En los años 80, mandaban a los niños a la tienda para llamar a sus maridos. O venían con sus maridos y se quedaban en la puerta para tomarse el vaso. Ya vienen hasta mujeres solas sin ningún reparo”.

De tapas está la cosa cortita, porque ella quiere. Unas papitas cocidas o con bacalao, aceitunas, altramuces, avellanas... Nos repite que es una “tienda de vino” y le sigue la chanza a los clientes guasones que dicen que nunca dan con el balacao en las tapitas: “a quien encuentre un trozo le regalo un viaje a Canarias”.

En el bar de la Juli no hay televisión ni tragaperras. No están permitidos el dominó ni las cartas. Son las normas de la casa, porque “todo eso da problemas y yo quiero vivir tranquila”. Sí se canta, pero ya no tanto. Más de 100 años dan para mucho.

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