Vaya por delante lo importante: Elemental es la primera película que veo en el cine con mi hija, y esta crítica no aspira a ser mucho más que un recordatorio del acontecimiento, por supuesto mucho más relevante para mí que para ella.

Vemos con un ojo en la pantalla y otro en la niña y sus reacciones lo nuevo de Pixar, también el entrañable corto que la precede sobre la primera cita del viudo Carl preparada junto a su perro Dug. Y lo que vemos, como de costumbre, arranca con la clásica montaña rusa de saturación de estímulos en una megalópolis multicultural donde conviven criaturas de distintos elementos, fuego, agua, aire o tierra, en un diseño abigarrado que la música de Thomas Newman nos apunta inspirado en las grandes urbes de la India mezcladas con el universo eco-tecnológico de Avatar.

Y allí, los guionistas despliegan una vez más la clásica historia de la casa sobre la posibilidad del amor entre distintos (Candela, el fuego, la furia y la clase trabajadora; Nilo, el agua, la sensiblería y la familia bien) en una ciudad de guetos donde la Física determina el destino y el modo de vida de cada especie.

Canto naïf a la mezcla y al respeto a los padres y la tradición, pero también a la emancipación y la búsqueda del camino propio fuera de la tribu, Elemental busca dar forma visual y plástica a sus conceptos en unos diseños que prolongan el trazo de Del revés o Soul pero se quedan en una segunda división de creatividad y concreción. Lo mismo cabe decir del previsible trazado narrativo, los gags o esos personajes secundarios que no terminan de tener el peso que los haga memorables.

A la salida, los escasos aplausos de la platea infantil apuntan no tanto al sesgo adulto en la propuesta (no es el caso), como tal vez a una falta de intensidad, matices y emoción que trasciendan el universo propuesto más allá de la paleta multicolor. Julia tampoco ha comentado demasiado la película desde ayer.