Ultramarinos

La lluvia

Una ventana mojada en Bogotá, Colombia.

Una ventana mojada en Bogotá, Colombia. / L.A.

EL agua que cae de las nubes y nos moja es la lluvia. Unas veces lo hace con delicadeza, entonces chispea y otras con fuerza, entonces lo que cae es un chaparrón. La lluvia también puede ser de estrellas para que lluevan hacia arriba nuestros deseos y crezca una esperanza rápida, sin mucho fundamento. La lluvia es tan necesaria como el sol, aunque a veces nos toque ponerle al mal tiempo buena cara. Los tiempos de la lluvia son notorios y se repiten, el viento de agua que anuncia lo que viene, el aire que se carga de humedad, denso, pegado a la piel, el agua que cae del cielo por más o menos tiempo, un arco iris que adorna el cielo y la tierra negra que huele a vida nueva, conectándonos con ella. Y así, una y otra vez, tanto, que a veces llueve sobre mojado.

En donde yo estoy llueve con asiduidad y de buena manera. Cuando no pasa, se le echa de menos y el aire carga a cuestas una masa grisácea que no augura buen futuro para ninguno. La lluvia trae gotas grandes que reviven la infinitud de verdes que existen. La ciudad se encoge de hombros y se acelera. Por eso no caben todos los carros, se empañan los cristales de los autobuses rojos repletos y las casas aguardan las pisadas mojadas de quienes las habitan. Aquí los arco iris salen a pares. Las lluvias son tantas que se derraman. El agua que cae no tiene dónde quedarse y corre y corre por toda la ciudad bañando con bravura todo lo que encuentra. Esta lluvia es capaz de renovar y limpiar todo eso que se queda como sin querer.

De donde yo vengo la lluvia es protagonista esperada de unos pocos meses. Las mañanas grises aguardan a que los ojos se abran, el viento mueve los toldos que como banderas marcan territorios, el frío se hace más chico y los suelos se mojan para que quienes caminan cabizbajos puedan al menos, verse la carita en su reflejo. Allí, cuando llueve se juntan las aguas del suelo con las del cielo y el océano se olvida de su horizonte para mezclarse con todo eso que no es. El mar y el cielo parece que se unen… que decía el bolero. Esta lluvia moja campos que acuden a su cita desde el comienzo de los tiempos, esperando ávidos esa agua que los hace útiles y servidores. La lluvia se encarga de hacer posible el milagro de los panes y los peces.

Alguna vez llueve bajo un sol radiante. La luz se hace fuerte entre gota y gota y reluce como en un sueño. Y es que, aunque nunca llueve a gusto de todos, no debemos olvidar que la lluvia también comienza con una sola gota. ¡Agua!

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